Foto de la entrada: Thomas Bühler(Unsplash)
Me he acostumbrado a despertarme y ver los Alpes nevados desde mi ventana.
A ir a comprar fruta al mercado de Les Halles los domingos y que la vendedora de siempre me diga: à bientôt, jeune fille!
A subir caminando hasta La Bastilla respirando el olor a tierra mojada y escuchando el canto de los pájaros. Y disfrutar de las fascinantes vistas desde lo alto, dejar mis ojos fugarse sobre el paisaje y saber que hay lugares que siempre quedarán grabados en la retina sin necesidad de hacer una foto para inmortalizarlos. Al fin y al cabo, no hay nada más inmortal que aquello que permanece bajo nuestra frente.
A pasear tranquilamente por el centro escuchando distintos acentos e historias.
A conocer gente de todos los continentes y hacer fiestas en una habitación en la que cada persona viene de un país distinto.
A cogerle el gustillo a eso de esquiar.
A impregnar mis entrañas de arte en el Museo de Grenoble.
A reunirme con mis amigos en la plaza Víctor Hugo e improvisar planes en los que siempre acabamos topándonos con la madrugada, que ya se ha convertido en nuestra amiga íntima. Y ver luego amanecer desde un puente del río Isère con el teleférico dibujándose en el horizonte.
A acabar harta del frío en invierno y tener que enseñar a mi organismo canario a acostumbrarse a la nieve.
A sonreír con los primeros rayos de sol y ver cómo se va abriendo la primavera en los tulipanes que me recuerdan a mi madre, en los árboles perfectamente podados que poco a poco van perdiendo su desnudez y se van vistiendo con hojas en la calle donde vivo, en las mariposas que revolotean en los jardines y en el vuelo de los cuervos que graznan al alba.
Me he acostumbrado a ir a descifrarme en las palabras de cualquier libro junto al pequeño lago de La caserne de Bonne.
A improvisar algunos versos en el parque Paul Mistral.
A apuntarme a cualquier plan, por muy loco que sea.
A tomar unas cañas en algún bar cerca de Notre-Dame y perfeccionar el arte de bajar borracha por las escaleras de la residencia Le Rabot.
A soñar en grande, planificar viajes con amigos e inundar mi alma de pena cada vez que tengo que despedirme de un amigo que para mí ya es de la familia.
He convertido esta ciudad en hogar sin darme cuenta y he sido más consciente que nunca de eso de que el hogar es aquel lugar en el que esté nuestro corazón.
Me he acostumbrado tan rápido a la felicidad que ahora ya sé que ser feliz es lo mínimo que debemos pedirle a la vida.
Miss Poessía
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Me ha encantado! Tan fácil visualizarlo que he querido estar alli también para disfrutar de esos momentos!
Un abrazo,
Cristina
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¡Muchísimas gracias, de verdad! Invitada estás jeje ;P En serio, te agradezco mucho el apoyo, Cristina. Que pases un feliz fin de lunes y que seas muy feliz.
¡Un abrazo! ❤
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Se nota que la felicidad vino a hacerte compañía este año. Que los rincones de Grenoble son ya más tuyos que las callejuelas de nuestra Laguna. Y yo soy tremendamente feliz. Feliz por sentir desde tan lejos, estando tan cerca de ti, que este curso te has enriquecido aún más como persona. Una maleta sentimental, tan cargada de experiencias, que te acompañará toda la vida, sin peso, levitando. Con la sonrisa puesta cada vez que los recuerdos te ronden.
Sólo siento no haber podido escaparme unos días por esos parajes alpinos. Algún día tendrás que hacerme de guía.
Te quiero mucho. Eres única. Estoy megaorgullosa.
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