La gota que colma el vaso

Foto: Trevor Cleveland (Unsplash)

Es esa hora de más
que te quedas en la biblioteca
cuando tus párpados te pesan tanto
que ni un lifting como el de Renée Zellweger
conseguiría levantarlos.

Esa repetición extra que haces,
aunque tus músculos
sean un amasijo de agujetas y dolor
y te griten que pares
con más intensidad que Marhuenda
en cualquier tertulia política.

Ese paso que das
ahí donde los demás
permanecen inmóviles.

Ese kilómetro que dejas atrás,
aunque seguir avanzando sea el camino
que menos deseen recorrer tus pies,
aunque no encuentres motivos
y te sientas más perdido
que la honestidad en el PP.

Esa brazada
que te aleja un poco más
de la orilla
y te acerca a tus sueños.

Esa página que lees
de madrugada,
cuando los libros del resto
están más cerrados
que la mente de Trump.

Es ese gesto que tienes
ahí donde otra persona
ha perdido su humanidad,
esa sonrisa que te nace de las entrañas
y que puede ser la diferencia
en el día de alguien.

Ese ejercicio que tratas de resolver,
aunque no te apetezca,
aunque esa asignatura te parezca
más inútil que la monarquía.

Es ese último sprint que corres
sacando fuerza de flaquezas.

Esa hora antes que te despiertas
para ir con toda tu garra
a desgarrar miedos desde temprano,
a sacarle tiempo de ventaja al sol
y seguir soñando con los ojos abiertos,
aunque a veces esa frase de
«a quien madruga, Dios le ayuda»
te parezca más falsa
que el máster de Cifuentes.

Es ese minuto de ventaja
respecto a la mayoría,
esa fuerza extra que te diferencia
de los que han desfallecido en el intento,
ese levantamiento número cien
después de la caída noventa y nueve,
ese ladrillo que no dejas de poner cada día
y que hace crecer tu muralla poco a poco,
ese paso que nadie más se atreve a dar.

Así que, cuando mires atrás un día
y te preguntes por qué no funcionó,
ahí tienes la respuesta.

Porque te rendiste a unos metros de la meta,
sin saber que, si hubieras alargado
el brazo un poco más,
habrías acariciado tus sueños.

Estabas a nada de serlo todo.

Y, sin embargo,
fue ese paso que no diste
el que te alejó para siempre del éxito
y te condenó a una perpetua mediocridad.

Si te parece insignificante
un pequeño paso más,
piensa en esa gota que colma el vaso.
O en esa lágrima que desborda el llanto.

 

Piensa que, si una estrella muere,
el universo será una estrella
más pequeño.


Miss Poessía

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Escrito por

Julia. Canarias, 25 febreros. Graduada en Estudios Francófonos Aplicados. Soy una mortal más que intenta descifrarse a través de las palabras y que escribe para saber lo que siente.

7 comentarios sobre “La gota que colma el vaso

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