Quieres conocerme y me parece una decisión valiente, no sé si darte la enhorabuena o el pésame, pero de lo que estoy segura es de que no sería justo que me conozcas sin que te haya presentado primero a las acompañantes de esta piel que habito: mis cicatrices.
La primera se llama Separación y vino a aparecer en mi piel a los cinco años, cuando mis padres se dieron cuenta de que no podían estirar más un amor en el que ya no amaban y decidieron que ya no podían seguir recorriendo juntos el mismo camino porque la felicidad de cada uno había cambiado de rumbo. Al fin y al cabo, de qué sirve seguir caminando cuando continuar avanzando es el camino que menos desearían recorrer nuestros pies.
La segunda se llama Desamor y se presentó cuando tenía quince años, se hizo un hueco en el rincón de piel que ocupa el lado izquierdo de mi pecho y declaró que sería mi amiga incondicional, que no me abandonaría, que me acompañaría toda mi vida como un amante fiel. No supe entonces cómo afrontar una cicatriz cuando mi piel de adolescente estaba casi ilesa, pero ahora la miro y sé que aunque no me gusta recordarla, me ha enseñado algo muy importante: que muchos chicos te prometen ser la flor más bella pero jamás superan la fase de capullo y es por eso que no debemos clavarnos las espinas por alguien que no lo haría por nosotros.
La tercera se llama Decepción y se mostró un día bien abierta y sangrante tras descubrir que todo había sido una farsa, una actuación, que aquellas personas a las que había considerado amigas e incluso familia eran actrices, parásitos que deseaban chuparme la sangre. Como no consiguieron hacerlo, me dejaron esa cicatriz. Y, debo admitirlo, la herida fue tan inesperada que casi me desangro. Pero fui fuerte y aprendí a usar el tono encendido de mi sangre para pintar nuevos horizontes de alegría y ahora solamente me rodeo de personas que lleven el rojo pasión tatuado en sus actos.
La cuarta se llama Muerte y nunca quise darle la bienvenida a mi piel, pero se coló y se hizo un hueco, se abrió camino y ahora es una de las que más duelen. Lo peor es que aún no ha terminado de cicatrizar y no sé si algún día lo hará, es un corte abierto del que no deja de salir dolor. Muerte también enseña muchas cosas, enseña que la vida es más fugaz de lo que pensamos y que no vamos a estar aquí para siempre, pero siendo sincera me hubiera gustado recibir esa enseñanza un poco después, cuando estuviera preparada para que mi sol de primavera se marchase y me dejara un frío perpetuo en la piel.
La quinta se llama Frustración y es la inquilina más embustera de la piel que habito, pues cambió de identidad y al principio se llamaba Ilusión. Apareció cuando cogí confianza y decidí darle una oportunidad a aquel chico, convencida de que ese sí superaría la metamorfosis, de que él no se quedaría en la fase de capullo. Me equivoqué. Pero de los errores se aprende y hoy sé que, si vuelvo a cruzarme con un capullo, me convertiré en loba y sacaré mis colmillos hasta haberle desgarrado las mentiras.
No soy tan ingenua como para pensar que tú no me dejarás cicatriz, pero al menos estoy convencida de que serás una de las más bonitas que tatúa mi cuerpo. Y la tuya será, por fin, la primera que no tenga un nombre triste.
Miss Poessía
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