Quitar las tiritas de golpe

Cuando era pequeña, mi padre siempre me quitaba las tiritas de golpe. Decía que era mejor así, que dolía menos. Creo que la vida es un poco eso: no dejar demasiado tiempo en el cuerpo algo que ya no tiene utilidad; arrancarse el daño rápido.

Hay personas que llegan a nuestra vida disfrazadas de tirita, de cura, pero lo único que hacen es hurgar más hondo bajo la piel. Por eso, a ese tipo de gente también hay que arrancarla de un tirón, sin pensarlo.

Hay otras, en cambio, que de verdad son tiritas para el corazón. Vendas para nuestras entrañas maltrechas, refugio para nuestras ganas cansadas. De esas que, aunque tengas el alma enterita llena de agujetas, hacen que quieras correr de nuevo. Que el viaje valga la pena.

Sin embargo, lo que nadie nos explica de pequeños es que hay heridas para las que no existen tiritas. Arañazos que no se curan con Betadine. Heridas sangrantes que te dejan seca por dentro, sin más tinta roja para seguir escribiendo. Recuerdos abiertos a los que es imposible poner puntos de sutura.

A veces, poner una tirita sobre una herida no sirve de nada. Por mucho que, luego, trates de quitártela de golpe.


Escrito por

Julia. Canarias, 27 febreros. ♥ Graduada en Estudios Francófonos Aplicados. ♥ Máster en Traducción Editorial. Me gusta escribir y traducir, intentar descifrarme a través de las palabras. Escribo para saber lo que siento.

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