En esta playa

Esta playa representa algunos de los mejores años de mi vida, aquí está escondido mi mayor tesoro, que no es otro que la verdad de mi infancia.

Esta playa me ha enseñado que las cicatrices en mis rodillas de niña no eran ni la mitad de dolorosas que las cicatrices en mi alma de veinteañera.

Aprendí lo que era la fugacidad dejando deslizar la arena entre mis dedos y ahora que regreso, más experimentada, he descubierto que el puñado que una vez agarré de la orilla va siendo cada vez más pequeño, que cada día se escapan de mis manos nuevos granos y sé que llegará un amanecer en el que mi piel quede huérfana de este tacto arenoso. Solo espero que, cuando se vacíe mi reloj de arena, el viaje haya merecido la pena.

De olas enormes y su impacto contra las rocas ya sé demasiado, pero quizá sepa más del impacto de las palabras cuando se aprende a lanzarlas contra corazones que no están hechos a prueba de balas, o a prueba de ti, que es lo mismo.

Esta playa me abrazó cuando ni siquiera tenía un año y, ahora que tengo veinte, me doy cuenta de que para ser feliz no se necesitan cosas, sino rosas. Rosas que adornen nuestro planeta solitario y le den sentido al universo, rosas que, de tan auténticas, no nos importaría clavarnos cada una de sus espinas si ese es el camino para llegar a sus pétalos.

Aquí conocí a mi amigo de la infancia, el primer gran amigo que tuve. Y ahora sé que no hay mejor amistad que la que comparten dos corazones que acaban de desenvolver la vida juntos y todavía no saben bien lo que implica ese regalo. No hay amistad más sincera que aquella que une a dos personas con el alma a estrenar, limpia de cicatrices. Con él aprendí que el sol, el mar y la arena fueron el mejor patrimonio que nos pudieron dar nuestras madres cuando no sabíamos nada de la vida.

Ahora tampoco es que sepa mucho, pero al menos tengo la certeza de que lucho. Lucho porque así me enseñó mi madre de pequeña. Porque, aunque a ratos la vida sea una guerra, volver a estas costas siempre devuelve la paz a mi alma isleña.

Y qué decir de la infancia en este mar, si fue en esta playa donde aprendí a amar. Y no, no hablo del amor que brinda una pareja, hablo de amar la vida y el regusto que deja. En las recámaras de mi memoria, por mucho que el olvido quiera abrirse camino, siempre quedarán los recuerdos de esta playa. El recuerdo de ese amigo y el acento brasileño de su padre, el recuerdo del sonido de las carcajadas de su madre. El recuerdo de las risas puras, sinceras, cuando no sabía de prisas ni de quimeras. El recuerdo de mi madre descubriéndonos el mundo, haciéndonos ver que el mar y el amor miden lo mismo de profundo.

Echo de menos esa infancia con una piel nueva, sin tatuajes que no se ven en la piel pero que son imposibles de borrar y amargos como la hiel. Echo de menos que no ardan mis heridas cuando les cae la sal encima, aquel tiempo en el que a mi valentía de niña no le asustaba ninguna cima. Echo de menos esa época en la que no había llegado a mí el descubrimiento de que hay cosas que queman mucho más que un sol en plena tarde de agosto.

Y lo peor es saber que habrá muchos más soles de verano, pero que jamás volveré a compartirlos con mi sol de primavera, porque se ha marchado para siempre de las playas de mi vida. Y nadie te enseña a afrontar esa partida.

Lo peor es saber que todavía llevo por dentro algunos infiernos que arden más que todos los deseos que quemé en aquellas hogueras de San Juan, pero lo bueno es saber que existen paraísos como este que nunca se irán.

En este lugar está enterrada mi perra y también he enterrado muchas veces la tristeza. Por eso, saber que estas mareas son hogar es una de mis pocas certezas.

Cuando miro a este cielo me parece sentir a qué se refería Neruda con eso de los astros que tiritan azules a lo lejos, pero aquí las estrellas arden y parecen estar más cerca de mí que la desilusión. No sé, tal vez pueda escribir los versos más felices esta noche y sorprender al folio con palabras que no hablen de ruina ni herida.

El silencio que inunda estas paredes solamente es roto por el sonido del mar. Y qué fácil es dormir cuando lo único que rompe son las olas, cuando el grito de la vida se convierte en un murmullo marino que susurra al oído canciones de nana.

En esta playa he pasado días enteros jugando en los charcos, semanas estudiando para la PAU, veranos de verbenas ausentes de penas, he aprendido cantos de sirena. Aquí pasé buenos ratos con una pandilla que no le ponía a la felicidad zancadillas. Aquí crecí. Aquí viví y espero seguir viviendo.

En estos mares me sumerjo cuando estoy en llamas, en esta playa la vida no se anda por las ramas.

Miss Poessía

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Escrito por

Julia. Canarias, 25 febreros. Graduada en Estudios Francófonos Aplicados. Soy una mortal más que intenta descifrarse a través de las palabras y que escribe para saber lo que siente.

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