Hace poco conocí a una escritora. Su pseudónimo es Mara Gonmarri y acaba de publicar su primer libro de poemas: Muso (2022). Según me cuenta, el título lo escogió inspirándose en el poema mío «Yo no soy la musa, soy la artista». Estuvimos hablando de lo injusto que es que en castellano exista la palabra «musa», pero no «muso». Desde la época de la antigua Grecia, las divinidades inspiradoras de las artes siempre han sido mujeres y, quienes creaban ese arte, generalmente eran hombres. ¿No podemos nosotras inspirarnos, en lugar de inspirar? ¿Ser las artistas? Como escribe Mara en su libro: «Aunque a la RAE no le vaya a hacer mucha gracia, las poetas somos mujeres, somos artistas, y algunas tenemos musos».
Me ha encantado conocerla porque me ha hecho volver a creer en la verdad y la fuerza de los sueños; me ha recordado lo bello que es tener un proyecto vital y luchar por él hasta el final. Es una persona de esas que se dejan la piel y el alma en sus pasiones, que hablan con el fuego en la mirada del que sabe que no hay nada que queme más que vivir por debajo de sus posibilidades.
Ella, a sus 43 años, ha materializado el sueño de toda su vida: publicar un libro de poemas. El camino no ha sido fácil y estuvo a punto de conseguirlo sin éxito varias veces, pero finalmente lo ha hecho. Siempre me ha resultado hermoso eso de saber a dónde quieres llegar y avanzar cada día hacia ese lugar.
Y es que la vida a veces nos oprime, nos crea nudos de garganta y quebraderos de cabeza porque creemos que tenemos que vivir como siempre se nos ha dicho que hay que hacerlo: como piezas de un puzle que encajan todas en el mismo molde. Nos han dicho que tenemos que ir a la universidad, casarnos, comprarnos una casa e hipotecarnos, tener un buen trabajo que pague las facturas, ser madres antes de los 35… Nos han enseñado que después de los cuarenta todo es más complicado, que no hay que tener tantos pájaros en la cabeza, que no se nos ocurra dedicarnos a algo por amor al arte.
Por eso, es precioso cuando llega alguien que te enseña que la vida después de los cuarenta sigue siendo igual de bella, que los pájaros en la cabeza son los que te permiten darles alas a tus sueños y que una vida dedicada al arte es la mejor de las vidas posibles.
Tenemos que arrojar a la basura esas absurdas ideas de que hay edades en la vida, de que nuestros deseos tienen fecha de caducidad. Podemos empezar una carrera a los 35 si nos da la gana, elegir no casarnos o no tener hijos, echarnos una mochila a la espalda y dar la vuelta al mundo con 50 años, conocer al amor de nuestra vida a los 40 o mudarnos a otro país a los 70. La edad es solamente un número y, como dice la frase: «Una persona no envejece cuando se le arruga la piel, sino cuando se le arrugan los sueños y las esperanzas».
El miedo y la presión social son las peores alimañas porque nos envenenan, introducen el veneno del vértigo en nuestra sangre. El vértigo de no encajar, de fallar y perderlo todo, de no llegar nunca a lograrlo.
Sin embargo, Mara me ha enseñado que existe un vértigo mucho mejor: el que se te queda en el estómago después de haber cumplido un sueño al que has dedicado toda tu vida. Ese vacío liberador que te hace preguntarte: «¿Y ahora qué hago?».
Ahora lo que deberíamos hacer es vivir. Pensar menos y vivir más. Si cumplimos un sueño, nacerán otros nuevos. Si no lo intentamos, nunca lo sabremos: somos muy jóvenes para quedarnos con las ganas.
Por todo esto te doy las gracias, poeta. Gracias por recordarme lo bonito que es convertir una vida en arte. Por hacer que resuene de nuevo en mi cabeza esa frase de Pau Donés:
Vivir es urgente.