Yo, que siempre he sido
defensora de la paz,
cometería una ola de crímenes
si vuelves a subir de esa manera
el telón de tus pestañas.
Me asomé a tus ojos
como una surfista
que se enfrenta a una ola en Nazaré:
sabiendo que es a vida o muerte,
que o lo gana o lo pierde todo.
Y, al final,
apostarlo todo al marrón
de tu mirada
fue mi mejor jugada.
Mis octubres
siempre fueron fríos,
pero al tocarme
creaste una ola de calor
en este lado del Atlántico.
Y tras tantas olas de contagios,
tras este virus que casi nos mata
y tantas olas de protestas…
Después de todo,
llegas tú con tu alma de marinero,
te quedas en mis alas de gaviota
y creas un mar en calma.
Y es que,
amor,
una vez lloré tantos mares
que he aprendido a surfearlos.
Por eso,
sé que la isla que formamos
al juntar nuestras pieles
es un buen lugar
para irse de vacaciones.
Que,
en este mundo tambaleante
y en medio del oleaje,
tu cuerpo
es tierra firme.