25 años. Un cuarto de siglo. Dos décadas y un lustro.
Creo que a veces no nos paramos a reflexionar sobre la vida hasta que no llegan fechas señaladas: cumpleaños, años nuevos, nacimientos, personas que se van… No deberíamos esperar a que llegue una fecha importante para pensar en dónde estamos y en a dónde nos gustaría ir. Sin embargo, hoy he pensado en el viaje recorrido y me he dado cuenta de que, al mirar a mi alrededor, hay gente que siempre ha estado ahí para hacerme la vida mucho más bella, luminosa y soportable. Personas amarillas, que diría Albert Espinosa.
Hoy he escuchado en un podcast una frase de Mike Tyson: todos tenemos un plan hasta que llega el primer golpe. La he escuchado y he pensado en todas esas personas porque, gracias a ellas, los golpes se llevan mucho mejor. Personas que me ayudan a levantarme y no tirar la toalla, por las que me partiría la cara.
Así que voy a seguir moviéndome, dejando que me pasen cosas, haciendo planes con la gente a la que quiero. Y, si hay que vivir, prefiero hacerlo aprendiendo de mis errores que no haberlos cometido nunca. Porque, como escribió Raquel Beck: «Me da miedo que, dentro de unos años, mi yo adulta me señale y me diga: “mira lo que no has hecho”».
Qué bonito dar una nueva vuelta al sol. Qué suerte la mía…