Nuestra manera de amar se parece cada vez más a nuestro modo de consumir. Usamos a las personas como monedas de cambio, buscando un beneficio. En lugar de amar sin medida, lo hacemos con un presupuesto, haciendo un balance de situación para calcular si el esfuerzo será rentable. Esperando optimizar las ganancias, pero sin invertir nuestro tiempo ni nuestro cariño. Ya cada vez menos gente se lo juega todo al color de una mirada: les da miedo descubrir que, a veces, hay personas que te dejan con el corazón en bancarrota. Pero, si no existe ese riesgo, ¿qué sentido tiene amar?
Si te dejan el alma rota, es porque tienes alma. Un alma sin heridas no ha amado en absoluto. Y, tras cada caída, descubres una nueva manera de ponerte en pie. Tras cada golpe, un nuevo truco para protegerte. Después de cada cicatriz, siempre habrá alguien que se muera de ganas de acariciarla y que merecerá tu piel. Lo bueno que tienen las grietas es que te descubren nuevos lugares por los que hacer pasar la luz.
Ojalá encuentres a una persona que te haga ver que, pase lo que pase, amarla es la mejor inversión en felicidad. Que no ha venido a completarte ni a satisfacer ninguna de tus necesidades, porque tú ya estabas completa y eras suficiente antes de que llegara.
Ojalá llegue a tu vida alguien que no te consuma la vida, sino que te la alegre.
Solo consume al otro quien no ha aprendido a estar en soledad, a quererse de manera autosuficiente. Amando con el corazón lleno de ilusión, vacío de expectativas.
Ahora sé que ha llegado a mi vida un amor que no consume, que construye. Lo sé porque cada día me despierto con un arsenal de ganas a estrenar y sueños frescos en la recámara.
Y sé que, aunque tú y yo no tuviésemos nada, viviríamos sabiendo que cada día nos lo damos todo.