Este domingo me he puesto a pensar en las últimas veces. Más concretamente, en todas esas últimas veces que no sabemos que lo son. Me aterra la idea de no saber si estoy abrazando a alguien que luego se irá para siempre de mi vida, si el beso que estoy dando será el último, si es mi última oportunidad para decir lo que siento, si ya no habrá más risas, momentos, noches con esa persona. Me aterra porque ya me ha pasado: querer volver atrás cuando la vida ya me ha empujado hacia adelante. No se puede volver al pasado porque la vida es como uno de esos viejos cassettes a los que se les salía la cinta: por mucho que tratemos de hacer que suene igual que antes, de arreglarlo, ya nada será igual que al principio.
Recuerdo esas veces como un desgarro en el pecho: el último café que tomé con aquella profesora a la que se llevó el puñetero cáncer, el último abrazo que di a mi abuelo, la última tarde de colegio antes de pasar al instituto, el último día de verano con aquellos amigos de Francia que no he vuelto a ver, la última semana de universidad, los últimos besos que di en la terminal.
Sí, duele pensar que esos instantes no van a regresar. Que podría haber sido distinto. Que quizá hubiésemos actuado de otra manera. Sin embargo, de nada sirve imaginar lo que sería o lo que habría sucedido. Hay que desterrar a los condicionales: el único modo que existe es el presente de indicativo.
Desde que me he enamorado, he entendido que todo el daño que suponen esas últimas veces es superado con creces por la ilusión y la alegría que nos invaden cuando hacemos algo por primera vez.
Y contigo aprendí, como en la canción, que existen nuevas y mejores emociones. Que existe un mundo de ilusiones por descubrir. Por eso, este domingo brindo por todas nuestras primeras veces.
La primera vez que nos miramos diferente, sabiendo que aquello era algo más que amistad.
La primera vez que nos reencontramos y nos abrazamos como si hubiésemos pasado un invierno entero separados.
La primera vez que nuestras bocas se buscaron tímidamente en aquella playa.
La primera vez que me emborraché contigo y la primera en que supe que la resaca de ti no se me iría nunca.
Los primeros bailes. Las primeras noches de hotel.
La primera vez en la que nos desnudamos junto al mar. Las risas, los besos y los incendios con sabor a nuevo.
Brindo por ello: por todos esos momentos a estrenar.
Tenemos tanta vida por delante que sería una pena malgastarla echando la vista atrás.