A bocados

Esta semana ha sido preciosa. Han vuelto los besos, el fuego y las gacelas en el estómago. He besado al chico al que quiero en mi playa favorita, en el coche de noche viendo las luces del aeropuerto, en los semáforos en rojo, en el portal de mi casa y junto a unos fantasmas colgantes. He tomado un café con una antigua amiga y nos hemos puesto al día. He visto atardecer desde El Médano con los mejores amigos que podría imaginar. Mi tío se ha casado y ha celebrado una boda increíble que me ha hecho recuperar la fe en el amor. He salido en Halloween con personas tan llenas de luz que, en su compañía, ya no asustan tanto esos monstruos que albergo bajo la piel. Me he sentido en verano a las puertas de noviembre.

Al fin y al cabo, la vida reside en esos pequeños detalles. La magia está en todos esos placeres cotidianos: el café por la mañana, ver amanecer, un paseo por la playa, el abrazo de un amigo, unas cervezas con buena gente, escuchar reír a alguien a quien queremos y sentir que el eco de su risa es más poderoso que el que hace nuestro miedo cuando grita. Ya nos lo enseñó Monstruos S.A.: la risa genera mucha más energía que cualquier otra cosa. Y, cuando estemos a las puertas de la muerte, no recordaremos el coche que nos compramos, nuestra casa o aquel vestido impresionante. No, lo que quedará entonces serán esos simples placeres que tuvimos y vivimos. Los momentos felices.

Decía Sabina que «al lugar donde fuiste feliz no debieras tratar de volver». Sin embargo, esta semana he sentido una inmensa alegría al darme cuenta de que no solo he vuelto a esos lugares en los que fui feliz, sino de que, además, he sentido incluso más felicidad. Me gusta ir a esos sitios con pasado, a esos recovecos en los que en algún momento viví algo bonito. Esos rincones en los que he dejado pedacitos de mi alma como los horrocruxes de Harry Potter. Me gusta ir y reescribir esos pasados, ser presente, inventar historias nuevas y mejores que las que había tenido allí.

Pero si soy feliz en esos lugares no es por el lugar en sí mismo, sino por las personas con las que los visito. Hay personas que saben ser ducha en el infierno, que serían capaces de hacerme sentir viva en el Valle de la Muerte.

Esas personas son las que mueven el mundo, las que merecen la pena. Esas personas son las que me hacen querer ser mejor. Sara Búho escribió que «quien no conoce su herida no sabe el daño que hace al resto». Por eso quiero conocerme, sanar mis heridas sin cicatrizar, ofrecerme a mí misma y a los demás mi mejor versión. Ser mejor. Llegar a ser la persona que en el fondo sé que soy.

La mujer que me dé la gana de ser.

La vida está para meterle mano o comérsela a bocados, no para quedarnos con el regusto amargo en la boca de las cosas que nunca llegamos a probar.


Escrito por

Julia. Canarias, 25 febreros. Graduada en Estudios Francófonos Aplicados. Soy una mortal más que intenta descifrarse a través de las palabras y que escribe para saber lo que siente.

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