Hoy es 17 de octubre y empiezo este diario de domingos. Lo hago porque la escritura siempre ha estado presente en mis días y mis noches y, como ya dijo Francisco Umbral, «escribir es la manera más profunda de leer la vida». Lo hago porque necesito hacer una transfusión de pensamientos desde mi mente inquieta hasta el papel. Porque siempre he entendido mejor lo que siento cuando lo escribo.
Lo hago, también, por una conversación que escuché hace unas semanas en un avión. Yo volaba hacia Madrid mirando el horizonte tras la ventanilla y dos chicas se sentaron a mi lado. Una de ellas sacó su cuaderno para escribir un rato y comenzó a hablar con su amiga de lo importante que era para ella escribir al menos 15 minutos diarios. Recuerdo que esa conversación, en un momento en el que yo pensaba que tendría una nueva vida en una nueva ciudad, me inspiró mucho.
Lo primero que recuerdo es que habló de la importancia de hacerlo bonito, de lograr que el proceso sea bello. De no obstinarse solamente en el fin, sino de enamorarse de cada paso del camino. De cada pequeño detalle. Por eso, dijo, no se podía escribir de cualquier manera ni en cualquier lugar. Hay que elegir un buen cuaderno, un bolígrafo que nos encante, un lugar que nos inspire. Así que aquí estoy: escribiendo en esta libreta Oxford verde oliva, con un bolígrafo que se funde en el papel a mi ritmo, mientras mi perra duerme a pocos metros y veo por la ventana el árbol pimentero de mi vecino.
Lo segundo que comentó fue que el acto de la escritura es una vía de escape. Una especie de catarsis; un modo de liberar. De soltar amarras y navegar hacia un océano que es nuestra propia mente: a veces estará calmado y, otras, su oleaje nos arrastrará hacia aguas más turbulentas. Sin embargo, pase lo que pase, llegaremos a un lugar distinto de aquel del que partimos. Esa es la realidad: la persona que somos tras el viaje por el papel nunca es la misma que era en la primera palabra. Ese es otro de los motivos que me mueven a escribir: liberar a mis demonios. Puede que no llegue a entenderlos, pero al menos estoy aprendiendo a bailar con ellos.
Escribir es, además, un acto de respeto hacia una misma. Decía Paul Auster que los escritores somos seres heridos. Plasmar esa herida, convertirla en tinta, me resulta hermoso. Hay algo precioso en el hecho de recoger los añicos y construir algo nuevo a partir de esa fractura. Ahí va otra razón: escribir para entender mi herida.
La chica de mi derecha habló, además, de la importancia de los hábitos. De tener claro lo que queremos conseguir y trabajar cada día para conseguirlo. Al fin y al cabo, los actos dicen mucho más de nosotros que las palabras. Esa es otra de las finalidades de este diario: retomar en serio el hábito de la escritura, que tanto bien me hace. Dicen que se tarda entre 66 y 254 días en crear un hábito, así que quiero ver hasta dónde me lleva este camino. Me debo este intento. Porque, como escribió Marwán, «nada deja peor sabor de boca que las cosas que nunca llegas a probar».
Por último, las viajeras conversaron sobre el amor propio. Sobre quererse y amar también las partes de nosotras mismas que más nos cuesta mirar. Sobre sentirnos cómodas y acompañadas por nosotras mismas. Solo quien se ama puede amar a los demás y ser amado. He aquí otro propósito de estas reflexiones de domingo: escribir para amarme, o escribir porque me amo. Darme a mí misma el amor que doy a los demás. Quererme con mis luces y mis sombras.
Este es el compromiso conmigo misma: escribir, por lo menos, cada domingo. Convertir este diario en el reflejo de lo que va sucediendo en mi vida cada semana.
¿Cómo es mi vida ahora, en octubre de 2021? Imprevista, diría, pero muy bonita. Me fui a Madrid a hacer un máster que no pudo ser, regresé, volví a abrazar a mis amigos y a mi familia. Me enamoré.
Creo que me estoy enamorando. Lo sé porque ha vuelto ese vértigo en el estómago que hace tiempo que no aparecía, porque lo miro a los ojos y me siento en casa, porque me dicen que tengo la cabeza en las nubes.
Sí, podría ser un buen resumen de cómo me siento este domingo 17 de octubre: confusa, pero en las nubes.