» Dicen las estrellas que los fugaces somos nosotros «.
Tú y yo fuimos
el primer día
de vacaciones.
La última canción
de un concierto:
esa que no quieres
que acabe,
la que más
se disfruta.
El primer trago
de cerveza
un mediodía
de agosto.
El último trozo
de pizza.
El agua bajando
fresca por la garganta
al regresar de correr.
Un paisaje
visto
desde lo alto.
Fuimos el comienzo
de la mejor canción,
la vuelta a casa,
el momento en el que el avión
despega del suelo,
el cielo besando al mar
tras la ventanilla.
Los segundos del orgasmo,
el salto al mar,
los créditos
de una película.
Nos saboreamos
menos tiempo
del que tardamos
en bebernos aquel vaso de ron
y quizá por eso
se nos quedó en la boca
un regusto dulce.
Pero no nos engañemos:
lo que tuvimos fue bello
porque fue efímero.
Nos consumimos rápido,
de un trago,
como un chupito de Jäger.
Pactamos un amor
con obsolescencia programada
porque sabíamos que,
si duraba más,
acabaríamos
destruyéndonos.
Mejor así.
Las estrellas
siempre nos parecen más bellas
cuando son fugaces.