Te movías hábil en tierra por las pistas de despegue, con garbo, pasando ante los que te veían ensimismados tras el cristal del aeropuerto. Seguro de tu atractivo, te sabías con el poder de hacer sentir a los demás por encima de las nubes.
No te vi venir, los controladores no me avisaron de tu llegada. No te vi venir y, cuando lo hice, ya habíamos iniciado la fase de despegue y estábamos a 35 pies del suelo.
Vértigo, eso fue lo que sentí en la fase del ascenso. Un vértigo desordenándome el vientre, como cuando de pequeños íbamos en coche y nuestros padres cogían un bache con demasiada fuerza.
Cogimos velocidad, seguimos ascendiendo y de pronto se abrió ante nosotros un mar de algodones bañados de naranja. Nos vi tan cielo y con tanto vuelo por delante, atravesando el aire en esa hora de la tarde en la que se besan el día y la noche.
Así fue como, sin darnos cuenta, alcanzamos velocidad de crucero. Recorrimos el cielo palmo a palmo, milla a milla, como si la estratosfera nos perteneciera. Tal vez, me doy cuenta ahora, nunca creímos en la posibilidad de que a ti o a mí nos fallara un motor. Cuando se tiene tanto cielo por delante, se deja atrás el miedo a la caída. Quizá volamos por encima de nuestras posibilidades…
Pero volamos, vaya si lo hicimos. Hicimos vuelos de corto y largo recorrido, vuelos chárteres y también transoceánicos… Volábamos siempre con billete de ida porque jamás pensamos en la posibilidad de una vuelta.
Y, sin embargo, volvimos a tierra y lo hicimos de la peor manera posible. A medio cielo, nos quedamos sin gasolina. Tú querías seguir pilotando, pero yo ya había dejado de creer en nuestro vuelo. Esa era la situación: mi motor había fallado y el tuyo, aunque seguía funcionando, no bastaba para llegar a ningún destino. Así que hicimos un aterrizaje forzoso, llegamos a tierra sanos y salvos, pero con daños estructurales visibles.
Si me preguntan, chéri, diré que lo hicimos lo mejor que pudimos. El amor a distancia a veces es un avión que se queda sin piloto ni combustible en mitad del aire.
Pero qué más da. Volamos tanto, vimos tantos países y horizontes… Volamos tanto que tenemos experiencia para pilotar lo que nos venga.
Al final, eso es lo que queda. El vuelo que compartimos juntos, aunque hayamos aterrizado en lugares distintos.
Que nos quiten lo volado…