«Y si te pido tiempo
Es porque siento que me falta el aire y quiero
Cortar antes de que se vuelva un infierno
Antes de hacernos daño déjame volar».
Miriam Rodríguez
Cuando te miro a los ojos
veo el reflejo de una persona
que ya no soy.
A veces me siento encerrada
en cada uno de los recovecos
de tu piel.
Siento que hay una versión
de mí misma
mejor,
más brillante,
ansiando nacer
pero que solo podrá hacerlo
lejos de ti.
Me concentro en la oscuridad
de tu mirada,
en la manera que tienes
de morderte el labio
cuando estás pensando,
en los hoyuelos que se te forman
al reír,
en el perfil de tu barba
a contraluz,
en tus labios
que conozco de memoria,
en la manera que tienes
de dormir,
en tus manos grandes.
Te miro
y todo sigue igual.
Y, sin embargo,
aunque nada haya cambiado,
todo es distinto.
Tu mirada oscura ya no me ilumina,
el mordisco de tus labios
ha dejado de ser una tentación
para mi boca,
ya no caigo del mismo modo
en tus hoyuelos,
ni acudo a tu beso buscando
el roce de tu barba,
ni logro verme en los sueños
que tienes mientras duermes,
ni hay espacio en la amplitud
de tus manos
para mi felicidad.
Miro tu cuerpo
y lo reconozco
porque llevo tres años
viviendo en él.
Te he mirado tanto que,
aunque cierre los ojos,
apareces siempre
ahí.
Pero ya nada es igual.
No es igual
porque llevo la mirada al futuro
y a menudo siento claustrofobia,
nos veo tan águilas
y tan sin cielo
que creo que debemos
caer al abismo ahora
para poder después volar.
Te conozco
como la palma de mi mano,
como quien ha vivido
mucho tiempo en el mismo lugar
y ya jamás se pierde por las calles.
Quizá sea ese el problema:
que quiero viajar a otro lugar,
que necesito perderme.
Aunque perderme
implique
perdernos
a nosotros
por el camino.