Me leíste en una sola noche,
a vuelapágina,
como un ávido lector.
Siempre insaciable,
engullendo las letras
que durante tanto tiempo
había ido escribiendo
sobre mi piel.
Yo quise escribirte
a vuelapluma,
hacerte best seller,
deseé que todo el mundo
pudiese leerte.
Me leíste en una sola noche
como uno de esos libros
de los que no se puede salir,
yo quise escribirte
como queriendo entrar
a la hipérbole de tus ojos,
al surrealismo de tu cuerpo.
A la mañana siguiente,
tú despertaste con indigestión
de letras
y yo con la certeza
de que escribir
solo puede hacerse
a fuego lento.
Ya ves, chaval,
nos pensamos poesía
y tan solo fuimos
literatura barata,
novelas de aeropuerto,
versos de arte menor.
Ya ves,
creímos que nuestras bocas
rimaban,
pero siempre fuimos
rimas asonantes.
Ahora vuelves
y quieres leerme de nuevo,
alegas que una noche no te bastó
para apreciar los detalles,
la letra pequeña.
Ahora regresas
con la intención de releerme,
pero yo ya no soy
el mismo libro.