Te abrazo y hueles a ropa limpia, a ropa tendida en la azotea de mis abuelos cuando era pequeña y subía a lo alto de la casa a ver los gatos y el mar. A eso hueles: a infancia feliz cuando aún salíamos todos en las fotos de cumpleaños, a sábanas recién tendidas mecidas por los alisios. Hueles a tardes de verano y a flores de primavera. Me acerco lentamente a tu cuello y tu piel huele a nuevo, a regalo de Navidad cuidadosamente empaquetado que una niña encuentra al lado de sus zapatos al despertar. Te inhalo y haces que vuelva a creer en los Reyes y en la magia, me matan las ganas de arrancarte el envoltorio e hincarte el diente como a una hogaza de pan recién hecho.

Esnifo ansiosamente la raya de puntos que forman los lunares de tu espalda y te juro que me coloco, qué rápido se sube esta felicidad cuando me la colocas sobre tus labios y me haces creer que mi vida siempre ha estado así de ordenada.

Inspiro nuestro aroma animal tras hacer el amor y no hueles a rosas, hueles a grito: un grito formado por todos los pétalos de las margaritas que me respondieron que sí.

Que tiemblen Versace, Paco Rabanne, Carolina Herrera y Dior. Si el Chanel nº 5 revolucionó París en 1921, tú llevas revolucionando el mío desde el 2018 con la intensa fragancia a osadía que desprenden tus ojos.

Y es que, amor, ningún sofisticado eau de parfum podrá jamás competir con tu aroma. En el paso de tu piel a mis fosas nasales, toda mi vida huele de pronto a alegría. Y eso me gusta.

Me gustas.

 

Me gustas porque reivindicas el olor en un mundo en el que todos se ocultan tras el perfume.

 

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Julia Viciana