Esta soy yo.
El Sueño de Morfeo
ya me definió:
«una chica normal
con pequeñas manías
que hacen desesperar».
Soy esa chica.
La de las manías.
La que acude al café
recién levantada
como un fumador
acude ansiosamente
al primer cigarrillo
de la mañana.
La que trata de planificar
su vida
y siempre acaba descubriendo
que la vida tiene
sus propios planes,
que lo mejor
es dejarse llevar.
La que escucha Creep
de Radiohead
y también se pregunta
a veces
qué demonios
hace aquí,
la que aterriza
en nuevos puntos cardinales
con el corazón hecho
un amasijo de miedo
y ganas.
Una chica con complejo
de Julio Verne,
dándole vueltas a la cabeza
más de ochenta días,
haciendo veinte mil leguas
de viaje submarino
hacia las entrañas
para llegar al epicentro
del dolor
y convertirlo en palabras,
viajando al centro
de mi mierda
sin llegar jamás
a entenderla.
Tal vez me crea Sabina
con más de 500 noches
de insomnio,
volviendo siempre al lugar
donde habita el olvido
como una masoquista,
a veces quiero dedicar a los demás
la canción más hermosa del mundo
y acabo apagando mi canto interior,
deambulando sin rumbo
por el bulevar de los sueños rotos.
Tengo manías inconfesables,
otras inevitables.
Y es que no puedo evitar enamorarme
de quienes han aprendido
a bailar con la mirada,
quienes tienen la capacidad
de mirar a los ojos y crear magia.
Es inevitable.
Como lo es prendarme
de una mente leída y espabilada,
de la sensualidad de una conversación
larga y sin artificios.
Y hablando de amores,
nada me seduce como el mar,
los buenos libros,
y los viajes.
Soy isleña,
atlántica,
por eso si paso
mucho tiempo
lejos del mar
siento que me ahogo.
Tuve una profesora maravillosa,
un sol de primavera
que me enseñó a leer
y a escribir,
que nos hablaba de los libros
como descubriéndonos
un mundo fantástico al alcance
de pocos.
Tal vez me guste tanto viajar
porque me he sentido en casa
en más de un abrazo
y me vuelto adicta
a la posibilidad de crear por el mundo
infinitos hogares posibles.
Sí, puede que me tire el rollo
de que tengo alma de nómada,
de errante,
pero la realidad es que si paso
mucho tiempo lejos de mi isla,
de mi gente,
acabo siendo una chica
a la nostalgia pegada.
Tengo veintitrés años
y la sensación de que
aún no sé nada de la vida,
pero de que con noventa y tres
seguiré sin tener ni puta idea.
Estoy llena de contradicciones,
de inseguridades
que a veces maquillo
poniéndome más filtros
que los influencers a sus fotos
de Instagram.
He vivido sola y en pareja
y no consigo elegir entre ambas,
«entre la soledad y el compromiso»,
como diría Marwan.
No me gusta acumular cosas,
aunque me cuesta aplicarme
ese minimalismo
al ámbito emocional
(ojalá viniera Marie Kondo
y me ordenara un poco
la cabeza).
Escribo porque descubrí con doce años
que un folio en blanco y un lápiz
bastan para recorrer el mundo,
que en tinta puedo ser quien yo desee,
y desde entonces no he podido abandonar
esa manía de emborronar papeles
para reescribirme y entenderme.
Puede que escribir haya sido
siempre mi mayor manía,
pues no logro
ni aspiro ya
a quitármela.
Ya ves.
Soy una chica imperfecta,
a veces adopto un papel angelical
pero en el fondo
guardo unos cuantos demonios.
Podría en ocasiones parecer suave,
pero te advierto que soy un poliedro
lleno de vértices afilados.
No te fíes de mí,
avisado estás.
Julia Viciana