No quiero ser un sándwich mixto

Hace algún tiempo leí un artículo sobre la teoría del sándwich mixto: la idea de que vivimos en una sociedad profundamente mediocre. Un mundo plagado de personas que no son demasiado malas, pero tampoco demasiado buenas. Que hacen sus trabajos sin rechistar, para ganarse la vida, pero sin destacar en lo que hacen. El artículo comentaba que los mediocres han tomado el poder, que los que no lo son, son la minoría. Bienvenidos a la época de la mediocracia.

El ejemplo que se pone es el de un sándwich mixto: un plato sencillo, simple, que te comerías si tienes hambre (bueno, excepto los veganos), pero que probablemente no pedirías si estuvieses en el corredor de la muerte, para servir en tu boda o si te dieran la oportunidad de elegir cualquier plato para tu última cena. El sándwich mixto cumple a la perfección su función: te alimenta, está bueno, sacia tu hambre. Sin embargo, ni siquiera el mejor sándwich mixto del mundo, recién hecho, caliente y con su buen queso fundido, destacaría sobre otros platos.

Piensa ahora en nuestra sociedad actual. Observa a tu alrededor. Sal a dar un paseo y abre bien la mirada. ¿No está todo lleno de sándwiches mixtos con patas? ¿No nos hemos convertido en un mundo un tanto insípido? ¿Estaremos perdiendo los matices, acostumbrando a nuestro paladar al mismo sabor?

De todo esto es de lo que habla el autor francocanadiense Alain Deneault en su obra Mediocracia: Cuando los mediocres toman el poder. Defiende que, en cierta medida, es como si estuviésemos condenados a comernos un sándwich mixto para desayunar, almorzar y cenar, que «vivimos sin advertirlo en un sistema donde los individuos son destruidos por la invasión de las normas empresariales, y sometidos sin su conocimiento, incluso en el uso de las palabras mismas, a intereses capitalistas cada vez menos distintos del poder público».

Y ojo, que no digo que ser mediocre sea negativo. Mediocre, según la RAE, es algo «de calidad media». Ni pésimo, ni brillante.

La mediocridad ha invadido todos los aspectos de la vida. Piensa en el arte, por ejemplo. Películas que siguen siempre el mismo guion, siempre la misma historia con distintos personajes. Canciones reguetoneras o pop que lo petan en verano, pero que realmente no aportan nada nuevo. Libros que explotan hasta acabar con ella la misma trama de amor, pues es lo que vende. La película más taquillera de la historia es Vengadores: Endgame. Entre los libros más vendidos de la historia está 50 sombras de Grey. Recuerda cuántos libros de Federico Moccia o Blue Jeans se convirtieron en best seller… La canción más escuchada de YouTube es Despacito.

La mayoría de las empresas también están llenas de mediocres: empleados que hacen su trabajo correctamente, pero sin pasión, movidos por la inercia de la rutina. Los institutos albergan mentes desganadas, que están ahí obligadas, que se esfuerzan lo necesario para aprobar y ya está. Las universidades rebosan jóvenes que desperdician sus mejores años hincando codos para aprobar asignaturas que no les interesan, para tener un título e impresionar a personas que realmente no les importan, cerebros despiertos que acaban anestesiados porque deciden emprender el camino más aceptado socialmente. Estudiantes que estudian carreras porque sus padres les dicen que es lo mejor o porque «es la que tiene más salidas».

No me extraña, no los culpo. Yo también he tomado muchas veces el camino más corto, el más sencillo. En una sociedad donde todos somos ovejas blancas siguiendo con obediencia el rebaño, convertirse en la oveja negra y marcharse corriendo a caminar por el filo de un barranco, por un camino de cabras, es lo raro. Te dirán que se te ha ido el baifo, que estás como una chola. Como si la verdadera locura no fuese precisamente resignarse a seguir el mismo camino hasta la muerte solamente porque te da miedo crear el tuyo propio.

Vivimos en un mundo paradójico donde nos dicen que sigamos nuestros sueños y, cuando lo hacemos, intentan frenarnos. Confía en ti mismo (excepto cuando tu seguridad sea tan grande que haga sentir inseguros a los demás). Persigue tus sueños (mientras tus sueños no sean demasiado ambiciosos, tampoco te flipes, no quieras destacar). Sé la mejor versión de ti mismo (pero que esa versión no sea revolucionaria, no hagas que otras personas comiencen a plantearse que pueden vivir de otra manera). A la cima no se llega superando a los demás, sino superándote a ti mismo (la cuestión es que la cima no es la misma para todos, cada uno está escalando su propia montaña, pero no nos han enseñado que hay quienes se sienten felices llegando a lo alto del Everest y quienes prefieren contemplar el amanecer desde el pico del Teide).

En el fondo, la excelencia asusta porque no todos pueden alcanzarla, hay que sacrificar algo para llegar a ella. Por eso, es mucho más sencillo señalar al que destaca que intentar destacar. Lo he visto muchas veces. La profesora que innova y motiva a los alumnos y acaba siendo marginada por el resto de profesores, el estudiante brillante llamado «empollón» y despreciado por el resto, el trabajador que es despedido por plantear una mejor manera de hacer las cosas…

Pero yo me niego. No quiero ser un sándwich mixto, quiero ser el mejor plato que hayas probado en tu vida.

Quiero que, cuando me pruebes, mi sabor quede en tu paladar para el resto de tus días. Quiero que se quede mi regusto en tu memoria. Provocarte un orgasmo gastronómico. Que cierres los ojos de puro gozo al hincarme el diente. No quiero ser un sándwich mixto, quiero que te guste tanto la experiencia de degustarme que me des una estrella Michelín. Eso quiero ser: El Celler de Can Roca, la Osteria Francescana, DiverXo. Que hagas lista de espera para venir a catar lo que puedo ofrecerte, que te gastes tus dineros en la experiencia porque sabes dar valor al precio.

Quiero ser el plato que elegirías en el corredor de la muerte, en tu última cena, en el menú de tu boda. Ese que le prepararías al amor de tu vida en una velada romántica.

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También quiero estar buenísima sin perder la esencia de lo simple. Quiero saberte a tortilla de papas recién hecha por tu madre, a las croquetas de tu abuela. A papas con mojo, a escaldón. Quiero saberte al calor de la fondue en tu boca tras un día frío y nevado esquiando en los Alpes. Ser esa pizza de madrugada que te cura la resaca. La tapa con cervecita que tomas con amigos el día más caluroso de agosto. Las crepes de desayuno que te lleva a la cama tu pareja.

Que me pruebes y te haga viajar a Nápoles y su pizza. Refrescarte la vida como lo haría el mejor helado de Florencia. Que te sepa cruda y deliciosa como el mejor sushi japonés. O azucarada como un pastel de nata de Lisboa. Sabrosa como la mejor arepa venezolana o dulce como el mejor croissant francés. Saberte a plato de pasta italiana. A tajín marroquí.

 

No quiero ser un sándwich mixto. Quiero que, de todos los platos del mundo, sea yo el que elija tu boca.

 


Julia Viciana

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Escrito por

Julia. Canarias, 25 febreros. Graduada en Estudios Francófonos Aplicados. Soy una mortal más que intenta descifrarse a través de las palabras y que escribe para saber lo que siente.

4 comentarios sobre “No quiero ser un sándwich mixto

  1. ¡Muchísimas gracias por tu comentario, Trovador! Siempre me alegra mucho tenerte por aquí y que me dejes palabras tan bonitas y alentadoras, así que te lo agradezco de corazón. La verdad es que, como dices, desgraciadamente esta teoría es real: vivimos en una sociedad profundamente marcada por la mediocridad, en la que no ser mediocres es lo raro. Con lo bonito que es descubrir sabores intensos… ¡Otro abrazo inmenso para ti! 🤗

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  2. Interesantísimo artículo Julia, ¡enhorabuena! Yo tampoco quiero conformarme con un sanwich mixto… Así que mientras encuentro mi receta perfecta no se me ocurre nada mejor que probar y probar cosas nuevas, desde el mejor sushi japonés a unas deliciosas arepas 😉

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