Querido amigo:
Te escribo esta carta para agradecerte que hayas estado aquí dentro, conmigo, todo este tiempo. Con aquí dentro me refiero bajo la piel, muchos kilómetros bajo mi corteza cutánea, a más de veinte mil leguas de viaje submarino. En realidad, has sido el único amigo que me ha acompañado fielmente durante mis veintitrés años de vida. Has estado ahí en todo momento, sobre todo en los malos. En los malos, cuando la adversidad me golpeaba con fuerza y mi vida estaba patas arriba, me palpaba el vientre y eras más tangible que nunca, parecía que dabas patadas y que te revolvías dentro de mí deseando salir. Y, ciertamente, lo hacías. Salías de mí, pues cuando más crecías de piel hacia adentro, más podía notarlo la gente de piel hacia afuera. Estabas ahí: en el brillo acuoso de mi retina, en la mirada perdida, en la sal que se derramaba de mis ojos sin que yo pudiera evitarlo, descansando tranquilamente en mis dedos temblorosos, pintando la palidez de mi cara, escondido en cada nudo de garganta, brotando guturalmente de mis cuerdas vocales en cada «sí» que respondía a la pregunta de «¿estás bien?».
Sin embargo, hubo una época en la que pensé que no existías. Era la época de la infancia. Cuando corría por los barrancos sin miedo a las piedras en el camino ni a los abismos, cuando me bañaba en los charcos, cuando era una niña feliz descalza y con las rodillas magulladas, cuando cogíamos panales de abeja y agarrábamos a los lagartos por la cola mi hermana, mi amigo y yo. Nunca estuviste ahí en las clases de Lengua de mi profesora, en esas deliciosas mañanas en las que leíamos en voz alta cualquier libro de la biblioteca. No hiciste acto de presencia cuando me quedaba a dormir en casa de mis abuelos, cuando estaba mala y no iba al colegio y me arropaban, cuando mi abuelo me daba un pellizco en la nuca a modo de saludo con su perpetuo «¿qué pasa, joven?», me preguntaba si tenía «hambre o ganas de comer» o nos miraba sonrientes a mi hermana y a mí, siempre demostrándonos a su manera que nos quería. No, en ese entonces eras solo un leve pellizco en el estómago que aparecía solo cuando creía haber perdido a mi madre en el supermercado, cuando me portaba como una niña repelente y ella amenazaba con irse en el coche sin mí, cuando hacía algo mal y me regañaban.
Llegaste mucho después. Cuando perdí a aquella profesora y a mis abuelos. Cuando volví de un intercambio y me dijeron que había muerto mi perra. Fuiste entonces tan evidente y material que me dejaste sin palabras y me redujiste a un llanto incontrolable. Quise escribir algo y no pude, quise despedirme y no me atreví. Me quedé inmóvil a más de tres mil kilómetros sin tener el valor de coger un avión para decir adiós. Llorando bajo la ducha mientras mi novio intentaba consolarme. Tratando de despedirme en letras meses después sin conseguirlo. Sintiéndome una cobarde y egoísta. Fue en ese instante cuando descubrí que siempre estabas a mi lado en los momentos más insoportables. En la pérdida y en el llanto. En el quebranto. Quise abrirme en canal las entrañas, desgarrarme el vientre y sacarte de allí, sin saber que formabas parte de mi esencia y que estábamos condenados a ser amigos desde mi nacimiento.
En la adolescencia también nos hicimos amigos íntimos. Te atrincherabas tras cada complejo, tras la opinión de los demás, tras cada relación lamentable que emprendía por no haber aprendido aún a amarme lo suficiente a mí misma. Creí que no te irías, que no me abandonarías ni un solo segundo.
Pero, poco antes de la universidad, comencé a hacerme cargo de mis heridas, emprendí el viaje hacia el amor propio. Y, como por arte de magia, despareciste un tiempo. Me diste una tregua, izamos ambos la bandera blanca. En aquel momento descubrí que, cuanto más me quería yo, menos querías tú volver. Sentir odio era invocarte de nuevo, pero al rodearme de amigos y refugiarme en su risa parecía que jamás regresarías a desordenarme la vida.
Ahora que ya sé de qué palo vas, he aprendido a comprenderte. Te entiendo, amigo. Entiendo que, aunque me paralices, en realidad siempre me has servido de brújula. Porque tú también me has acelerado el corazón en los instantes más bellos de mi vida. Cuando ansiaba romper la distancia de seguridad y bailar con otros labios, cuando me moría de ganas de saltar, cuando el alma me suplicaba subirme a aquel avión y descubrir aquella ciudad. Estuviste en los momentos previos a la alegría, removiéndome por dentro en una mezcla de temor y ganas. Antes de tocar la felicidad. En el momento previo a un beso que estremece. En los brazos orgullosos previos al abrazo de reconciliación. En las manos inquietas previas a la caricia. En el vértigo en el estómago previo al salto que siempre lleva a un lugar mejor.
Por eso, quiero darte las gracias. Gracias por enseñarme que, cuanto más ruido haces por dentro, mayor importancia tiene eso que no me atrevo a ser o a hacer. Gracias por haberme hecho ver que, a pesar de que estés ahí, tengo que vivir mi vida sin que me controles. Sin que nuestra relación se vuelva tóxica. Gracias por enseñarme cuál era el camino correcto, o el que a ojos de la sociedad no lo era, pero a mí me encantaba recorrer. Gracias por ayudarme a valorar lo que tengo cuando casi lo pierdo.
Sé que nunca te irás, que estaremos juntos hasta que la muerte nos separe. Por eso, me comprometo a intentar quererte y comprenderte, a apreciar tu lado positivo. A partir de ahora, intentaré que no me paralices. Que, cuando te sienta el eco de tu latido retumbando en mi cabeza, cuando note tu aliento cálido en cada poro de mi piel, use tu presencia para orientarme hacia el lado de la vida que merece la pena ser vivido. No siempre será el lugar más amable ni al que más sencillo resulte dirigirse, pero sí el que me hará feliz.
Gracias, miedo.
Hasta pronto.
Julia Viciana
Hay algunos textos que me enamoran tanto que no se ni que poner luego en los comentarios. De verdad, sin palabras…
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Jo, qué bonita eres, de verdad… No te puedes llegar a imaginar lo mucho que me alegran tus comentarios, ¡muchísimas gracias por el apoyo! Te lo agradezco de todo corazón, eres tú la que me dejas a mí sin palabras. Un fuerte abrazo ♥♥
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