No dijo nada,
tan solo me abrazó.
Me abrazó como si tuviese
todos los huesos descolocados
y anhelara que la fuerza del abrazo
los pusiera en su lugar.
Lo hizo como si la sangre de su cuerpo
se hubiera transformado en helio
y tuviese miedo de salir volando.
Como si llevara dos meses
caminando por Siberia
y mis brazos fueran hoguera.
Lo hizo buscando una cura,
como quien sabe que el veneno
ya está inoculado en su organismo
y aun así busca un antídoto.
Y yo lo abracé.
Lo abracé deseando
con todas mis fuerzas
que encontrase ese antídoto.
Apreté su cuerpo contra el mío
con la esperanza
de estrangular a sus fantasmas,
con la ilusión de que mis manos
en su espalda
frenaran las puñaladas
de la vida.
Coloqué mi corazón junto al suyo
queriendo que absorbiese su angustia,
sabiendo que el dolor es más soportable
si se comparte.
Quise ser ducha en el desierto
por el que deambulaba,
una rosa roja en su planeta solitario.
Todo eso quise ser en el abrazo:
una cascada en el infierno,
la lluvia tras una semana de calima,
el atardecer de un día de agosto,
un colchón para la caída,
la miel en los labios sin regusto amargo,
el mar desde la ventanilla del avión
cuando regresas a tu isla.
Quise responder a ese abrazo
que era un grito sin voz,
una llamada de auxilio
escrita en braille sobre la piel.
Quise decirle algo,
pero entonces me di cuenta
de que no hacía falta:
un abrazo
vale más
que mil palabras.
Julia Viciana
¡Qué lindo poema y qué bellamente declamado! Gracias por compartirlo
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Muchas gracias a ti por este bonito comentario! ❤ Es todo un placer que te haya gustado, que tengas un feliz jueves. Un abrazo 🤗
Me gustaLe gusta a 1 persona