Has llegado a mi vida
con tres años de retraso.
Lo primero que me preguntaste
al conocernos
fue cómo me gusta el café
y pensé que nadie
le pregunta a otra persona
si prefiere el café solo o con leche
si en el fondo no está
ardiendo en deseos de preparárselo
cada mañana.
Pero resulta que hace tres veranos
que nos debemos ese café
y eso no es lo único que se enfría.
Vuelves en agosto
como aquel día de julio de 2016,
como si fuéramos los mismos
que se conocieron en versos
y en versos se escribieron
porque es más fácil declararse
al blanco cercano del papel
que al marrón lejano de unos ojos
que dan vértigo.
Vuelves en agosto,
pero ya no soy la misma chica
que conociste en julio
y tu entrada en escena llega tarde
porque ahora hay otro actor en mi vida
que ha hecho que el argumento valga la pena.
No pretendas volver ahora
exigiendo tu parte del botín,
la niña pirata que conociste naufragó
y quemó todas sus naves
porque encontró una isla donde quedarse.
Es curioso.
Jamás nos hemos mirado a los ojos
y sin embargo sabemos mirarnos mejor
desde lejos
que mucha gente
que nos mira sin ver
desde tan cerca.
Nunca han bailado juntos nuestros labios,
pero pareciera que nos hemos besado
en canciones,
en conversaciones de madrugada,
en chistes que llegan en el momento adecuado,
en los libros que nos recomendamos
y en todos esos consejos que nos damos
sin ser capaces de aplicarlos
a nuestro propio caos.
No he inspirado el salitre de tu orilla,
no sé cómo hueles
ni cómo pasas los domingos,
qué libros descansan sobre
tu mesilla de noche,
cuál es tu humor por las mañanas
o si eres de esos que se pone música
a todo volumen cuando se ducha.
Tú también ignoras
a qué sabe la sal del Atlántico,
qué vistas hay desde mi playa favorita,
cuántos lunares tengo en la espalda
y a qué suena mi risa en vivo y en directo
cuando no la escuchas tras una pantalla.
Hubo un momento
en el que me moría por conocer
todo ese tipo de cosas,
un momento en el que pensé en dejarlo todo
e irme si me decías ven.
Pero fue solo un momento
que acabó siendo devorado
por el miedo
a haberlo idealizado todo
y destrozar una amistad así.
Nuestra oportunidad pasó
y quizá sea el instante de aceptarlo,
tal vez sea demasiado tarde
para elegir el cómo y el cuándo
si nunca tuvimos el coraje
de decidir dónde.
Si solo se tardan tres días en ir
de la Tierra a la Luna,
imagina cuántos viajes a los infiernos
he dado yo en estos tres años.
Así que, si vuelves a buscarme
tres años más tarde,
puede que encuentres tan solo
un puñado de cenizas.
Lo siento,
pero jamás volveremos a ser
los que fuimos
cuando queríamos serlo todo.
Julia Viciana