Cambiar de aires

Fue en medio de uno de nuestros viajes en coche, cuando yo cogía curvas en mi intento de enseñarles el Teide antes de que el sol se escondiera tras el mar de nubes. Nos sentamos bajo el sol a tomar un café en el Parador y mi amigo marroquí me soltó: «Julia, teniendo todo esto aquí, ¿por qué quieres venir a Grenoble?».

No me sorprendió la pregunta, pues yo misma me la he hecho varias veces. Es cierto, vivo en una especie de paraíso: grandes playas de arena negra, mares de nubes, la montaña más alta de España, vientos alisios, brisa del mar en la cara, sal en la piel, buena temperatura todo el año, paisajes fascinantes, bosques de laurisilva, gente que no conoce las prisas y que habla con un acento único… La isla de la primavera eterna. Sin embargo, ya lo dijo Tokio en La casa de papel: «Los paraísos son la hostia cuando vives en tu vida gris, con atascos… y te escapas de vez en cuando». Pero, cuando llevas demasiado tiempo viviendo en uno, lo que quieres es escaparte de él. Hasta los veintiún años, jamás había pasado un año viviendo sola, lejos de mis raíces. Entonces me fui de Erasmus al sur de Francia y todo cambió.

En un año, aprendí a sacarme yo sola las castañas del fuego. A entenderme, a estar en soledad cuando lo necesitaba, a hacerme cargo de mi herida, a arriesgarme, a amarme mejor y a amar mejor a los demás en consecuencia, a vivir en mayúsculas y con todas sus letras. Fue un año de aprendizaje, una especie de cursillo acelerado que te regala la vida.

Volví a la isla en septiembre y todo seguía exactamente igual: mis amigos no habían cambiado, cada esquina de mi ciudad tenía el mismo aspecto, mi habitación estaba casi igual que la había dejado, el aire de mi jardín al atardecer olía de la misma manera, mi madre seguía igual de guapa y risueña, aunque no suela decírselo. Y eso me encanta. Me encanta saber que tengo un oasis en medio del Atlántico al que siempre podré volver, que cada vez que regreso a estas coordenadas encuentro refugio, paz y hogar. Sin embargo, no era capaz de hallar ese sentimiento que tuve durante mi año Erasmus. Mira que perseguí esa sensación de libertad, pero se escondía bien, la maldita.

No sé, tal vez haya idealizado el año que pasé en tierras francesas, es probable. Pero es que llegué a Grenoble justo en un momento en el que necesitaba cambiar de aires. Y vaya que los cambié. Cambié el airé cálido y con olor a salitre de mi querida ínsula por el aire cortante y frío de los Alpes. Al principio me costó adaptarme al clima, pero creo que mis pulmones habían deseado durante mucho tiempo estar respirando ese oxígeno. Puede que mis oídos necesitaran escuchar esa mezcla de acentos y empaparse del ambiente universitario y fiestero. Es posible que mi subconsciente me hubiese estado empujando a subirme a ese avión para descubrir nuevas culturas y conocer al chico que me ha amado de manera mucho más sincera y pura que los anteriores.

Sí, necesitaba cambiar de aires. No estoy hecha para enraizarme en tierras conocidas durante mucho tiempo, ni para ver el sol alzarse siempre por el mismo horizonte, ni para mantener constantemente las mismas conversaciones mirando caras de sobra conocidas. No puedo acostumbrar mi alma a la rutina de mirar siempre las mismas pupilas, ni a mis oídos a escuchar siempre la misma canción de olas rompiéndose, por muy hermosa que sea y por mucho que sé que la echaré de menos cuando esté lejos de ella. No soy capaz. No puedo limitar mis sueños, quedarme en esa famosa zona de confort que cada día se vuelve menos confortable. No valgo para eso; yo necesito romper la jaula y perseguir al miedo, ese viejo amigo que siempre me indica los mejores lugares hacia los que avanzar.

Sí, necesito cambiar de aires. Y esta vez de verdad. Si no, acabaré sufriendo una insuficiencia respiratoria por exceso de rutina en sangre. O, dicho de manera menos poética, voy a acabar asfixiándome.


Julia Viciana

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Escrito por

Julia. Canarias, 25 febreros. Graduada en Estudios Francófonos Aplicados. Soy una mortal más que intenta descifrarse a través de las palabras y que escribe para saber lo que siente.

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