Perseidas

No sé cuántos metros cuadrados tiene este apartamento, pero lo que sí sé es que en él cabían todos mis sueños y los tuyos. Un día, antes de la bifurcación que nos separó, iban en el mismo sentido… Y tú me los contabas escuchando el sonido del mar y acariciando la sal de mi pelo.

Entre estas paredes bebimos una noche unos cuantos gin-tonics y acabamos haciendo añicos una copa. Yo te besaba y tu boca entera me sabía a verano, tú me tocabas y eran tus manos las que hacían añicos el miedo a equivocarme de nuevo. Hace ya más de un año de aquello, pero recuerdo que por primera vez en mi vida sentía que eso debía ser el amor. Tras tantas decepciones, tú llegabas prometiendo felicidad con tus pestañas de telón final de las obras de mediocres actores del pasado, con tu piel de arena y tus recovecos llenos de playas donde perderse. Éramos jóvenes, era verano, no teníamos miedo. Parecía que el amor podía con todo.

Pero no. No pudo con todo. Yo me fui de Erasmus, tú regresaste a tu país. Y, cuando nos besamos en el aeropuerto de Madrid, el mar estaba muy lejos, pero la sal seguía ahí: esta vez, en mis ojos. Recuerdo que, mientras arrastraba mis penas y mi maleta por la terminal, me di la vuelta y te miré desde lejos preguntándome si esa sería la última vez que nos veríamos. No quería que fuese así, solo pensarlo dolía profundamente, pero llevábamos demasiado tiempo luchando contra la distancia y cinco mil kilómetros habían dejado de parecerme algo sostenible. Sí: aquella fue la última vez que te vi.

Hoy, más de un año después, he vuelto al apartamento de aquel verano. Cada rincón está teñido de ti: la ducha, el pasillo, la cocina, el sillón, la habitación. No hay lugar que pueda tocar sin que un recuerdo se me clave entre los dedos. Pero, ¿sabes cuál es la diferencia? Que ahora ya no duele.

Es curioso cómo funciona el corazón humano: un día todo termina y pasas noches de llanto e insomnio en las que estás tan hundida que no sabes de dónde sacar fuerzas para pegarle en la cara al dolor, pero llega un momento en el que vuelves a pasar por aquellos lugares donde quisiste a alguien y ha dejado de doler. Sientes un pellizco de nostalgia, pero te acuerdas de todo con una sonrisa, sabiendo que tomaste la decisión adecuada.

Hoy he vuelto a tumbarme en la arena de esa playa donde miramos el cielo juntos, he vuelto a flotar en el mar sin tu cuerpo junto al mío, he visto sola una película en el mismo sillón donde nunca éramos capaces de acabarlas, he caminado hasta ese rincón al lado del mar donde bailábamos juntos en las fiestas del verano y, aunque no había música, ha resonado en mis oídos el eco de tu risa. Te juro que tengo grabado a fuego en la memoria cada instante. No sé si tú alguna vez los recordarás, si a unos cuatro mil kilómetros de aquí sigue cruzando tu mente fugazmente mi recuerdo como una de esas perseidas de agosto. Puede que eso es lo que hayamos sido nosotros: efímeras perseidas cuya luz dura incluso después de haberse apagado.

Tu luz dura, quizás nunca se apague, pero ya no me duele recordar cómo cruzabas efímero mis cielos. He necesitado volver a esta playa, caminar sola escuchando las olas, regresar a este cuarto piso lleno de recuerdos, para darme cuenta. Tal vez en eso consista superar una relación: en volver a los lugares en los que nos quisimos y que ya no duela.


Miss Poessía

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Escrito por

Julia. Canarias, 25 febreros. Graduada en Estudios Francófonos Aplicados. Soy una mortal más que intenta descifrarse a través de las palabras y que escribe para saber lo que siente.

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