Foto de la entrada: Lauren Nicole

 

Ayer me escribiste

que te gustaría decirme

cosas bonitas,

pero que tú no eres como yo;

que no sabes escribir.

 

Yo sonreí y respondí

que las cosas más bonitas que me han dicho

me las has dicho tú,

que tú eres el verdadero poeta.

 

Recuerdo cuando

me dijiste que me amabas

y que sabías que decir eso

no era suficiente,

pero que aun así me amabas.

 

O cuando me soltaste:

«Quiero que seas mi última estación,

mi última parada,

quiero que seas mi Condillac-Université».

 

Todas las veces que me has dicho:

«Vamos a quemar Grenoble, mi amor».

 

O cuando, cada vez que te

deseo felices sueños antes de dormir,

me respondes que tu sueño soy yo.

 

Recuerdo la nota que recibí

junto a un ramo de flores hace poco,

el día de mi cumpleaños:

«La persona que más quiero nació hoy.

Cada día te quiero más.

Feliz cumpleaños».

Y así,

con un simple papelito,

lograste abrazarme a más de

tres mil kilómetros de aquí.

 

Me acuerdo también de aquella

videollamada, cuando estuvimos

hablando de madrugada y

despertamos a tu amigo:

« – Tu amigo va a odiarme.

– Nadie puede odiarte».

 

Sonrío al recordar

ese día en el que fuimos a esquiar

y, cuando viste a un niño

deslizarse por la nieve,

me susurraste que nuestros hijos

también esquiarían así de bien.

 

O cada vez que me dices

que nuestro amor es nuestro hijo

y tenemos que cuidarlo.

 

Me acuerdo del mensaje que

me enviaste ayer por la noche:

«A veces dicen que la belleza

no es algo físico, pero tú lo tienes todo:

físicamente e interiormente».

 

Dices que escribiremos nuestra historia

en todas las ciudades,

que no habrá ninguna ciudad

en la que no me hayas besado,

que cuando seamos mayores

me vas a recordar todo esto

y se lo contaremos a nuestros nietos.

 

Dices que me vas a pedir matrimonio

en lo alto de la montaña,

me pides que no me vaya a dormir todavía

porque acabas de escuchar una canción

que te recuerda a mí

y tienes que enviármela.

 

Quieres que escriba sobre nosotros,

que nos haga inmortales.

 

Y, cada vez que me dices te quiero,

esas dos palabras me suenan mejor

que cualquier verso que haya sido escrito.

 

Y es que no te das cuenta, amor,

pero tú, sin saberlo,

eres poesía.

 

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Miss Poessía

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