La ciudad en la que vivo no es en realidad una ciudad, sino un arsenal de recuerdos que me bombardean por cada calle en la que dejo libertad a mis pies. Camino por el parque y aquel banco me arroja a la memoria mi primer beso auténtico, sin promesas movedizas ni máscaras. Los árboles de este otoño me saben demasiado a aquel verano en el que nos refugiábamos bajo su sombra. Así que salgo de allí porque es un lugar con demasiado pasado. Y apuro el paso hacia el camino en el que la gente corre: recuerdo aquellas noches con él y su amigo haciendo ejercicio y me oprime el pecho no saber a qué o a quién dedicará ahora sus noches a más de cuatro mil kilómetros de distancia. Corro pues, dejando atrás ese recuerdo, aunque sea consciente de que ellos corren mucho más rápido que yo y de que tal vez jamás los pueda dejar atrás. Y llego a la plaza, esa plaza donde tantas veces paseé amores demasiado falsos que me dejaron en las entrañas un poso de decepción. Me alejo a toda velocidad para no dedicar más memoria a quien no la merece y llego a ese banco de piedra frente a la fuente donde una vez me dieron el beso con más maquillaje de intenciones de toda mi vida. Subo la calle hasta la cafetería y mi mente se llena de un sabor agridulce: la inmensa felicidad de todas las tardes que pasé allí con la mejor profesora que he tenido, el sonido de su risa que cada vez me cuesta más recordar, su alegría contagiosa, el intenso dolor de su partida. Paso por mi instituto y me llega la nostalgia de aquellas amistades con las que ya casi no tengo contacto. Y camino, saludando en cada esquina a antiguos amigos, amores, viejas versiones de mí misma. Y así voy deambulando hasta que la ciudad se acaba, pero no todas esas balas que el pasado se empeña en seguir disparando a quemarropa contra mi vida.
Creo que ese es el motivo por el que me encanta viajar y descubrir nuevos lugares: cada recoveco es entonces un rincón que se abre ante mí como un lienzo en blanco y las posibilidades de pintar o de escribir en él son infinitas. Yo las llamo mis ciudades sin pasado: todas aquellas en las que nunca he puesto mis pies, ciudades que no tienen nada de mí, pero en las que dejo una parte de mi alma como esos horrocruxes de Harry Potter cuando por fin las visito. Si alguien quisiera un día matarme, tendría que visitar todos esos lugares en los que he dejado pedacitos de mí, de mi alma. Tendrían que recorrer Tenerife de punta a punta y, aun así, habría ángulos o esquinas a las que no podrían acceder. Tendrían que subir a la Alhambra de Granada y perderse en El Realejo, sobrescribir mis pasos por cada calle subiendo hasta el Albaicín. Tendrían que buscar mi alma en cada beso que di en París, en cada persona que conocí en Grenoble, en toda esa belleza que besó mis ojos cuando fui a Florencia, a Pisa o a San Gimignano. Habrían de perderse en Londres, Barcelona, Madrid, Capri, Roma, Sintra, Lisboa… E ir tras el rastro de mi risa en el viaje que hice a Ginebra con mi amigo marroquí, correr detrás de toda esa alegría que dejé con mi familia en cada pueblo del Camino de Santiago. Ya ven, he dejado parte de mis entrañas en tantos sitios y en tantas personas que sería complicado acabar conmigo…
Sin embargo, cuando te miro a ti, me encuentro una ciudad de calles limpias e intransitadas y sospecho que podría quedarme a vivir ahí. Tú, amor, eres todas mis ciudades sin pasado. Contigo todo es un presente delicioso y un futuro prometedor.
Yo quiero abrazarte con vértigo desde el rascacielos más alto de Nueva York, pasear nuestra historia de amor por Hollywood y decirte que no imagino otro protagonista para mi película, ponernos piripi en un viñedo de la Toscana, bailar juntos en el carnaval de Río de Janeiro, besarte en la India, amarte en Tailandia, pasear por Argentina, ver auroras boreales en Islandia, hablarte en italiano en una góndola de Venecia, volvernos cursis en Brujas, acariciarnos en Estambul o fumarnos la vida hasta colocarnos en Ámsterdam.
Quiero que vayamos a todas nuestras ciudades sin pasado y que le escribamos uno.
Miss Poessía
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons
«Corro pues, dejando atrás ese recuerdo, aunque sea consciente de que ellos corren mucho más rápido que yo y de que tal vez jamás los pueda dejar atrás.» Increíble 🙂
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Muchísimas gracias por este precioso comentario, María! Es todo un placer que te guste, de verdad. Te agradezco muchísimo que hayas empleado tu valioso tiempo en leerme y en dejarme estas palabras de ánimo. Te deseo unas felices fiestas y un 2019 increíble.
¡Un abrazo! ♥ 🌷
Me gustaMe gusta
Muchas gracias a ti e igualmente ❤
Me gustaLe gusta a 1 persona