De los Alpes al Teide, reflexiones sobre mi vida post-Erasmus

Cuando bajé del avión y puse los pies en el suelo que me vio nacer, tras haber pasado un año en otro país, supe que la persona que llegaba ahora a la terminal no tenía nada que ver con la que se marchó de ese mismo aeropuerto hace doce meses. Es así, los lugares y las experiencias vividas son el mayor motor de cambio que existe. Y doce meses dan para crear un puñado de recuerdos que los años nunca desvanecerán.

«Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido», decía Neruda. Pues bien, creo que esos mismos versos se podrían aplicar al Erasmus: es una época de la vida que se esfuma de manera efímera y, sin embargo, todos los que la vivimos coincidimos en que se trata de una experiencia inolvidable.

Aterrizar, para mí, no supuso solamente un cambio de hora para adaptar mi reloj al maravilloso ritmo de vida canario. Todo cambió al regresar a mis raíces y me di cuenta de que, a pesar de que todo seguía siendo igual, yo ya no era capaz de verlo de la misma manera. Ya saben eso que dicen de que no hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado para darnos cuenta de cuánto hemos cambiado nosotras…

Comencé a apreciar todos esos pequeños detalles en los que antes no me fijaba porque los daba por supuestos y parecían evidentes: vivir con mi madre, el delicioso olor del mar al caminar por la orilla de la playa, el melifluo sonido de las olas que rompen, la sensación de curar todos los males con agua salada, el sol, el fascinante paisaje siempre custodiado por el Teide, el mar de nubes, el olor a tierra mojada del parque que hay cerca de mi casa, el lujo de tener lavaplatos y lavadora en casa, la compañía de mis perras, reencontrarme los amigos que había dejado en esta isla… Todo cobra una nueva intensidad cuando somos conscientes de que lo que nos resulta habitual podría no estar siempre ahí.

También empecé a comparar inconscientemente ambos países y observé que hay muchas cosas que nos diferencian: la cultura, la educación, la inversión en ayudas sociales, el clima, el carácter de la gente, la gastronomía, el nivel de vida, el ritmo de las personas, los paisajes, las costumbres sociales, el trabajo… Fue impactante regresar y notar cómo en algunos aspectos hay diferencias tan grandes.

Sin embargo, el hecho de que existan estas diferencias no quiere decir que un país sea mejor que otro. Simplemente, son diferentes. Y creo que, cuando una experiencia nos hace capaces de ver de manera tan clara esos matices entre una cultura y otra, nuestra visión de nuestra vida y del mundo cambia.

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El padre Teide ❤

Cambiar, un verbo que resulta esencial en la evolución personal de cualquiera. Si no cambiáramos, ¿qué sentido tiene la vida? Cada cierto tiempo hay que resetear nuestra propia rutina, actualizar nuestros sueños, reiniciar nuestras metas y enviar a la papelera de reciclaje todo aquello que ya no tenga sentido en nuestro presente. Porque, si nuestras aspiraciones vitales no cambiaran, ahora todos seríamos bomberos, astronautas, princesas, futbolistas… Tendríamos los mismos amigos, los mismos hábitos, las mismas parejas. Qué aburrido, ¿no?

Por eso, cuando alguien me dice «qué cambiada estás», yo sonrío y pienso que es el mejor piropo que me podrían decir. Soy una persona que puede correr hasta dejar atrás todo lo que ya no me aporta nada, no un árbol con raíces que está obligado a permanecer toda su vida en el mismo suelo.

Y la mejor manera de cambiar y de echar raíces en cada recoveco del mundo es viajar. Viajar para tener cada vez más referencias culturales y construir nuevos puntos de vista, para conocer personas que nos descoloquen. Para querer mejor nuestra tierra, pero sin olvidar que hay otras realidades y que jamás debemos cometer el error de creer que lo nuestro es lo mejor. Creo que eso es lo más valioso que tiene viajar: que perjudica gravemente el ombliguismo, el racismo, el extremismo y todos esos -ismos que no aportan nada bueno al mundo.

A esas personas que piensan que son como el sol y que todo gira alrededor de ellas, esa gente de mente cuadrada que tratan de encerrar al resto entre sus cuatro esquinas y que consideran que haber nacido en unas coordenadas concretas o con un determinado color de piel les convierte en seres superiores, les regalaría un viaje para que se den cuenta de que hay vida más allá de su ombligo.

Y, en serio, es una vida maravillosa.


Miss Poessía

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Escrito por

Julia. Canarias, 25 febreros. Graduada en Estudios Francófonos Aplicados. Soy una mortal más que intenta descifrarse a través de las palabras y que escribe para saber lo que siente.

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