Su vida estaba tan estancada
que daba cada día un paseo por los andenes
y veía los trenes llegar y partir
para rozar de algún modo la sensación de movimiento.
Le habían dicho durante toda su vida
que hay trenes que pasan una sola vez
y que, si no se subía ahora,
ya no podría hacerlo nunca.
Así que ella corrió y corrió
hasta quedarse sin aliento
tras ese tren que decían que debía coger,
pero el maquinista no esperó por ella
y las vías se fueron quedando vacías
a la misma velocidad que sus ojos
hasta que solo quedó ella en la estación.
Porque ese era EL tren,
ese que todos cogieron,
al que se subieron todos los pasajeros.
Un día, sin mucha esperanza,
decidió comprar un billete de ida
sin saber muy bien el destino
y cuando se bajó del vagón
descubrió que ese lugar
era aquel al que siempre
había querido llegar.
Así fue como se dio cuenta de que sí,
era cierto que hay trenes que solo pasan
una vez en la vida,
pero también hay muchos trenes
que deberíamos perder
para acabar encontrando
aquel al que merece la pena subirse.
Miss Poessía
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