Cuando echo la vista atrás, caigo en la cuenta de que mi educación siempre estuvo huérfana de mujeres. Mi formación estuvo desamparada del papel femenino.
En Matemáticas todos los descubrimientos, las fórmulas y los teoremas habían sido creados por hombres. Nadie nos habló de Hipatía, de Sophie Germain, de Émilie du Châtelet ni de Ada Lovelace.
En Historia, las figuras decisivas para la evolución humana eran siempre masculinas, sus nombres estaban en negrita y se les dedicaban incluso temas enteros. No aparecían, ni siquiera en un recuadro informativo o en una nota al pie, personajes tan importantes y que cambiaron tantas cosas como Marie Curie, Jane Goodall, Rosa Parks, Ana Frank, Coco Chanel o Indira Gandhi.
Y con Literatura Universal, asignatura a la que asistía religiosamente a pesar de que fuera a primera hora de la mañana y el profesor no dejara entrar a aquellos que llegaran cinco minutos tarde, llegó la gran decepción de descubrir que al parecer ninguna mujer había escrito nada durante todos esos siglos. Aquel maestro, que hablaba con los ojos brillantes de emoción y lograba mantener mi atención durante toda la hora, abrió de nuevo de par en par las puertas de mi mente y consiguió que mis musas volvieran a entrar. Sin embargo, aunque él quisiera hablar sobre esas mujeres, el problema era simplemente que ninguna escritora figuraba en el programa que debíamos seguir. Recuerdo que, en todo el curso, la única mujer que abordamos brevemente fue Safo de Lesbos. Si alguien nos hubiera hablado entonces de Jane Austen, Virginia Woolf, Rosalía de Castro, las hermanas Brontë, Emily Dickinson o Gabriela Mistral, nos hubiera sonado a chino.
El problema de silenciar esas voces femeninas es que estamos ahogando unas letras que gritan cuando las lees, sin darnos cuenta de que hay personas que necesitan escuchar ese ruido. Mucha gente podría pensar que, si esas mujeres no aparecen en los libros de texto que estudiamos durante tantos años de colegio e instituto es porque, simplemente, no existen. No, señor, sí que existen. Y existieron.
Existieron en el siglo XIX mujeres muy importantes e influyentes que tenían que esconder su identidad tras pseudónimos para no levantar prejuicios, porque escribir no era una tarea apropiada para «señoritas»: George Elliot (Mary Ann Evans), Currer, Ellis y Acton Bell (las hermanas Brontë), George Sand (Amantine-Lucile-Aurore Dudevant) …
Un siglo más tarde, las fronteras de la libertad se expandieron un poco y las escritoras pasaron de escribir bajo pseudónimos a utilizar siglas. De esta manera, encontramos a J.D. Robb (Nora Roberts), J.K. Rowling (Joanne Rowling) o E. L. James (Erika Leonard).
Afortunadamente, hoy en día podemos escribir desde el alma hasta el papel sin filtros ni máscaras. Tenemos las maravillosas novelas de Rosa Montero y sus artículos haciéndonos reflexionar cada semana en El País, a Elvira Lindo llenando nuestras almas con la gracia de Manolito Gafotas. Tenemos a Chimamanda Ngozi Adichie, que habla sobre África y sobre el feminismo soltando en cada página verdades como puños porque sabe que, aunque a veces duela leer esas palabras, más doloroso es andar por la vida con una venda en los ojos por no atreverse a mirar esas realidades a la cara. Tenemos los mundos maravillosos de Laura Gallego y la hermosura que rebosan los versos de Sara Búho, Elvira Sastre, Loreto Sesma y Rupi Kaur. Así que, si alguien me dice un día que no existimos, empapelaré las ciudades con nuestras letras para que, de tanto vernos, deje de considerarnos invisibles. Cargaré sobre sus espaldas todos los libros que hemos escrito hasta que, de rodillas por tanto peso, tenga que admitir que sí tenemos voz. Por mucho que le moleste escucharla.
Y es que, gracias al esfuerzo que tantas han hecho antes de nosotras, hoy podemos alzar nuestra voz bien alto. Podemos decirlo más alto, pero no más claro. Hay cosas que siguen pasando, por mucho que haya quienes prefieren ignorarlo y mirar a otro lado, esconder la mierda de la sociedad debajo de la alfombra y fingir que todo está bien limpio y pulidito. Gracias a las palabras, podemos barrer debajo de esa alfombra para que la mierda se haga evidente y usar nuestra voz como bisturí para tratar de curar un poco este mundo enfermo. Enfermo por los matrimonios de menores, por la violencia de género, por el machismo, por las violaciones, por la brecha salarial, por el acoso, por la presión social que tenemos para ser madres o no estar solteras, por los estereotipos sobre nuestro cuerpo, por la cosificación de la mujer en los medios de comunicación, por cómo influye nuestra maternidad en el trabajo, por lo difícil que nos ponen abortar… Por tanto. Por todo. Hay que gritar palabras como puños hasta quedarnos afónicas.
Escribir es, también, luchar contra la injusticia utilizando la tinta como arma. Hacerte ver lo que hay y hacerte caminar entre paredes que nunca habías habitado. Así es: hay habitaciones que solo nosotras conocemos, cosas que solo nosotras podemos experimentar. Igual que habrá muchas otras que no podremos comprender del todo si no somos hombres.
Como escribe Rosa Montero en uno de sus libros: «Si los hombres tuvieran el mes, la literatura universal estaría llena de metáforas de la sangre». Son esas realidades que nos pertenecen, como la menstruación o el embarazo, las que tenemos que dibujar en la literatura. Porque escribir es, al fin y al cabo, un acto de solidaridad. Y, de tanto exponer sentimientos que nos pertenecen, podemos acercar a los demás esa sensación y conseguir que cambien el cristal polvoriento desde el que a veces nos ven.
Ha llegado el momento de empezar a barrer debajo de la alfombra.
Miss Poessía
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Hola! trasteando un poco internet, he llegado a tu blog. En primer lugar, me gusta mucho la manera en que presentas tus sentimientos y contenidos. En muchos de ellos, me identifico contigo. «Barrer debajo de la alfombra», es un libro que no conocía así que, tomo nota. Por aquí tienes una nueva seguidora, sin duda. Saludos! =)
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¡Hola!
Me alegro mucho de que hayas encontrado mi blog, ¡bienvenida! Espero que sigas disfrutando de lo que voy publicando por aquí… Muchas gracias por este comentario, de verdad. «Barrer debajo de la alfombra» no es ningún libro, es simplemente el nombre que le he puesto a este post. Pero ha sido escrito por mí.
Gracias de nuevo por el apoyo, ¡un abrazo! ❤
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Gracias por la entrada. Comentas a grandes nombres propios femeninos que he tenido que conocer, como bien apuntas, fuera del sistema educativo. Por suerte, hoy en día soy docente e incorporo esos nombres en mis clases, para aportar mi microscópico granito de arena. Pero es una realidad que las mujeres estamos poco representadas en muchos ámbitos (y luego hay quien dice que la desigualdad entre géneros no existe).
Saludos
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¡Hola, Lídia!
Gracias a ti por estas palabras tan bonitas. Me alegro mucho de que estés aportando tu granito de arena en tu labor como docente, creo que es muy bonito y necesario que lo hagas. Parece que una acción individual no cambia nada, pero gota a gota se hace el océano y, afortunadamente, esta ola de feminismo va cogiendo cada vez más fuerza. Coincido contigo: aún hay una gran falta de representación en muchos ámbitos de la sociedad, por eso no entiendo a la gente que lo niega… Te agradezco mucho tu comentario, de verdad, es un placer tenerte de nuevo por aquí.
Un abrazo ❤
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Que post más bonito, simplemente me ha encantado. Te he encontrado de casualidad, pero ya me quedo por aquí 🙂
¡Un abrazo!
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¡Muchísimas gracias, de verdad! Me alegra mucho leer comentarios como estos. Qué bonita casualidad que me hayas encontrado, bienvenida a mi humilde morada. Ponte cómoda y rebusca por donde quieras 😉
¡Un fuerte abrazo! ♥
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