Carta a Dios

Foto de la entrada: Edwin Andrade (Unsplash)

Hace unos días alguien me preguntó que por qué no creo en ti. Te diré por qué. Porque estoy harta. Harta de ti.

Harta de que hayas creado una religión que nos dice que debemos vivir en la austeridad mientras llena sus iglesias de oro.

De que a los curas se les llene la boca diciendo que debes estar libre de pecado mientras violan a menores.

De que nos hagas aceptar la idea de que creaste el mundo en seis días.

De que esté bien creer en ti, en una persona con un nombre concreto y unas características determinadas, pero si mi dios tiene otro nombre y otras características, surjan guerras para ver quién tiene razón. ¿Qué más da que mi dios se llame Alá, Buda, Jehová, Zeus o Jesús? ¿Qué más da, si al fin y al cabo estaremos creyendo en lo mismo, pero con distinto nombre?

Harta de que me digas que debo amarte sobre todas las cosas. ¿En serio? No sé, yo tengo una lista infinita de cosas que amar antes que a ti, empezando por mí misma.

De que la Iglesia, que difunde tu palabra, determine a quién debo amar y a quiénes deja un hueco en el paraíso.

Si eres una persona bondadosa que nos ama a todos y reparte justicia de forma igualitaria, ¿qué me dices sobre ese continente olvidado llamado África? ¿Por qué son las personas más repugnantes las que mueven los hilos del planeta? ¿Por qué existe el cáncer, el sida, el ébola, el Parkinson, el Alzheimer…?

«Padre nuestro, que estás en el cielo…» ¿Nuestro? ¿De verdad? No creo que si fueras un padre dejaras a tus hijos vivir en la calle, sin techo, sin hacer nada para ayudarles. No creo que permitieras que haya tantas guerras en tu nombre, tanto odio, tanto radicalismo. Ni que hoy estemos conmemorando los atentados de 2004.

Baja ya del cielo y date cuenta de que el infierno está aquí. Tal vez desde ahí arriba no te hayas dado cuenta, pero si un día decides bajar, notarás que el infierno es lo que siente en las entrañas un niño de Siria que tiene que dejar atrás su país porque ya no puede seguir llamándolo hogar, que a una edad en la que debería estar jugando con juguetes, los juguetes son ellos a los ojos de unos gobernantes sin ninguna humanidad. El infierno es lo que ven los ojos de un refugiado cuando, tras arriesgar su vida huyendo de unas raíces que intentan cortar de tajo, llega a un lugar en el que lo único que recibe es un puñado de indiferencia y crueldad. Infierno es que te echen de tu casa por no poder pagarla, no poder alimentar a tus hijos. El infierno está en la mente de una persona que no puede dejar de preguntarse por qué es tan grave para los demás ser de otro color o tener una orientación sexual distinta a la mayoritaria.

«Danos hoy nuestro pan de cada día». Pues sí que te lo estás tomando al pie de la letra, eh. El pan nuestro de cada día son la brecha salarial entre hombres y mujeres, las violaciones, el acoso escolar, las guerras, el hambre, el cambio climático, las dictaduras, el egoísmo… Bueno, paro ya, que si no la lista se hace muy larga y supongo que estarás muy ocupado repartiendo justicia.

«Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Lo siento, pero yo no puedo perdonar a los que nos ofenden. ¿Debo perdonar las políticas de Trump? ¿A los dictadores que siguen bombardeando medio mundo y arrebatándole la infancia a niños que no tienen la culpa de nada? ¿A los políticos que roban en nuestras narices? ¿A los hombres que siguen haciendo que el número de víctimas por violencia de género aumente? Perdónalos tú si puedes, yo no lo voy a hacer.

«No nos dejes caer en la tentación». Si no querías que cayéramos en la tentación, ¿para qué la creaste? Muchas veces, las mejores cosas de la vida están al otro lado de la tentación. Así que si quieres vete reservándome un hueco en el infierno, pues yo seguiré cayendo en ella.

«Y líbranos del mal». Sobre esto no voy a hacer comentarios, creo que has llegado un pelín tarde.

Bueno, voy concluyendo ya. Podría seguir escribiendo muchos más motivos, pero tal vez acabaría creando algo tan largo como la Biblia. Y no seré yo quien ose tratar siquiera de rozar la dimensión de semejante obra.

Sin embargo, ahora que lo pienso, probablemente no llegues a leer esto: hoy es tu día de descanso. Lamento molestar, aunque no creo que mi llamada te llegue, debes tener el contestador petado de oraciones. Y si lo lees, espero que perdones mis ofensas y no te mosquees mucho.

Hasta luegui, Dios.


Miss Poessía

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Escrito por

Julia. Canarias, 26 febreros. ♥ Graduada en Estudios Francófonos Aplicados. ♥ Máster en Traducción Editorial. Me gusta escribir y traducir, intentar descifrarme a través de las palabras. Escribo para saber lo que siento.

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