Cuando la vida late

Foto de la entrada: Priscila du Preez (Unsplash)

Cantar a pleno pulmón cuando suena una canción española y que un grupo de franceses te observe como queriendo clasificar tal extraño espécimen alejado de toda cordura.

Que cualquier tontería o pretexto sirva para iniciar una conversación con un desconocido.

Perder la vergüenza, el miedo y la cobardía cuando te juntas con gente con el mismo nivel de locura que tú.

Que en un domingo de esos teñidos de resaca y soledad venga un amigo a unir su melancolía con la tuya y, tres cervezas y dos horas después, toda esa tristeza se haya desvanecido.

Sentirte como en casa cuando Alejandro Sanz y Estopa suenan en una discoteca que está a más de tres mil kilómetros de tus raíces.

Juntarte en una misma habitación con otras cinco personas, cada una de un país diferente, y sentir que sus miradas saben a hogar y sus abrazos a familia.

Salir de una fiesta de madrugada y que el frío acerado del amanecer te quite de pronto toda la borrachera.

Llegar a tal punto de conexión con alguien que sabes qué pensamientos se esconden tras su frente solamente con alinear tus pupilas a las suyas.

Que venga alguien a derrumbar de un golpe todas tus certezas, a hacer arder todos tus prejuicios hasta convertirlos en ceniza, a descubrirte un mundo increíblemente fascinante y una tierra que, aunque jamás hayas pisado, ya amas tanto como la tuya.

Conocer a alguien y ser consciente, un mes después, de que lo conoces mucho mejor que a personas que han estado contigo toda la vida.

Abrir en un desgarro todo lo que llevas en el lado izquierdo del pecho, bajo la piel, dejarlo todo fluir como quien hace un corte profundo sin miedo a desangrarse. Mostrar el universo que llevas por dentro a alguien y que quiera viajar por él sin miedo a tu oscuridad, sin miedo a perderse en alguna galaxia ni a chocar contra uno de esos meteoritos que aún llevas por dentro.

Desnudarse emocionalmente en otro idioma y tener la certeza de que las fronteras las creamos nosotros, que el idioma del dolor, del abrazo y de la sonrisa es universal.

Tomarte un par de chupitos de vodka y creerte la ilusión de que ya hablas francés como una nativa.

Quedar con tus amigos y hablar. De cualquier cosa. De algo tan banal como un programa de televisión o tan trascendental como la historia que asoma tras cada una de sus cicatrices. De los viajes que haremos en las próximas vacaciones. De ahogar nuestras penas. Adoro a esas personas que tienen una mente irresistiblemente sexy, que no tienen temas tabúes ni le ponen barreras a su alma, que te enseñan a hacerle el amor a la vida y tienen tal fuego en la mirada cuando hablan de lo que les apasiona que a veces tienes que alejarte un poco para evitar arder.

Deambular a las cuatro de la madrugada por la calle y que por primera vez no se escuche el eco de tus entrañas en cada esquina de la ciudad ni el ruido de los cristales de tu corazón a cada paso, que ahora caminas junto a gente que te quiere y lo único que se escucha es el ruido de la felicidad, que llevaba demasiado tiempo afónica.

Sentir más que nunca eso de que el hogar es donde está tu corazón.

Que no tengas nada en la nevera y venga un amigo a traerte comida, cervezas y abrazos que, aunque no tengan receta, son el mejor tratamiento.

Tener la sensación de que estás lejos de todo, que el pasado y sus lastres están a muchos kilómetros de ti, que las penas no son capaces de encontrar la ruta hacia ti porque las señales se han borrado, que los problemas no saben llegar a la ciudad en la que vives y el dolor es un sentimiento que naufragó en el mar que sobrevolaste cuando cogiste aquel avión.

Sentirte jodidamente libre y pasar de ser políticamente correcta, decir las verdades a cara lavada y dejar de maquillar tus opiniones.

Ver nevar y sentirte como una niña.

Recordar tu infancia al recuperar la sensación de sentirte emocionada con cada descubrimiento nuevo.

Hablar por teléfono con tus amigos y sentir que nada ha cambiado, que no se trata de ser inseparables, sino de saber estar separados y que nada cambie.

Saber que cada vez eres más rica en recuerdos y experiencias, que no hay lotería que pueda pagar la abundancia de no tener más que el instante presente.

Salir del estado de coma profundo en el que estaban tus sensaciones.

Y sentirlo todo latir. Más que nunca.


Miss Poessía

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Escrito por

Julia. Canarias, 25 febreros. Graduada en Estudios Francófonos Aplicados. Soy una mortal más que intenta descifrarse a través de las palabras y que escribe para saber lo que siente.

8 comentarios sobre “Cuando la vida late

  1. MADRE MÍA!!! Cada día me gusta más leerte. Ansío tener un ratito por la noche y leer una nueva entrada tuya. Qué sentimientos, qué fuerza, …qué maravilla!!!

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