Foto de la entrada: Becca Tapert (Unsplash)

Si alguna vez
has dejado tu mano desnuda sobre el hielo
el tiempo suficiente,
te habrás dado cuenta de que,
a veces, el frío quema.

Lo mismo sucede con las personas.

Hay personas tan frías que,
si te atreves a tocarlas
más allá de lo que sería sensato,
te incendian.

Convierten en llamas tu presente,
queman todas tus señas y coordenadas
y te reducen a cenizas.

Lo fascinante de esas personas
es que nunca abren el invierno
de sus entrañas a cualquiera,
pero cuando lo hacen…
Joder, cuando lo hacen
es hermoso.

No te imaginas lo hermoso que es
que alguien con el alma bajo cero
te permita tocar su piel
hasta arder ambos de frío.

Porque a veces descubres
que necesitabas a esa persona.

Que, cuando la abrazas,
tu temperatura se equilibra con la suya
y alcanzas la perfección térmica.

Que ha venido a nevar
sobre tu cuerpo tiroteado,
a hacer que las cicatrices
duelan menos,
a congelarte el miedo.

Y te das cuenta de que,
tal vez,
compartir nuestro invierno interior
sea el mayor acto de valentía.

Cualquiera es capaz de compartir
su primavera.
No tiene ningún riesgo.

El riesgo es abrir en un desgarro
todo lo que hay tras la piel
y decir: hey, mira, esto soy yo.
Puedes quedarte a nevar conmigo
o puedes emigrar en busca
de climas mejores.

Quedarse en el frío de una persona
es arriesgado,
pero a veces te enamoras de su nieve
y sientes que jamás ha existido
paisaje más bello.

Ojalá algún día te des el permiso
de conocer a una de esas personas.

De esas que han llegado a tu vida
para enseñarte
que la nieve también puede arder.

P.D.: ¡Feliz año nuevo, queridos poetas! ♥  Muchísimas gracias por estar siempre ahí, al otro lado. Y que la felicidad esté siempre de vuestra parte 😉 

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Miss Poessía

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