Acabo de leer un poema de Pablo Benavente
que lleva mi nombre.
Son casi las tres de la tarde
y aún quedan unas cuantas horas
para que llegue
el momento socialmente aceptado
para empezar a soñarte.
Tampoco parece el momento
socialmente aceptado
para empezar a beber.
Pero lo que no sabe la sociedad
es que no puedo soñarte,
porque desde que apareciste,
para mandar al carajo mi monotonía,
tu nombre siempre va acompañado
de la palabra insomnio.
Y debo decirle, señorito,
que es un honor que sea usted
el autor de mis ojeras,
aunque preferiría que vinieras
a pintármelas a mano,
como están hechas las mejores cosas.
Lo que la sociedad ignora es que,
si debo tragarme todas las palabras que nunca
te he dicho, saben mucho mejor
si las ahogo en tragos de Martini.
Hay quien dice que nada bueno sucede
después de las tres de la mañana,
que es mejor no estar despierta a esa hora.
Pero son ya más de las tres de la tarde y,
no sé si es tu recuerdo o el alcohol,
pero no noto mucha diferencia con la madrugada.
Sobre todo,
porque me están dando ganas de coger el móvil
e intentar enviarte algún verso que te haga justicia.
Menos mal que lo he perdido…
Sobre todo,
porque los tragos han vuelto a lograr
que monopolices mi pensamiento
y creo que voy necesitando escribir
un poema que lleve tu nombre.
Ojalá estuvieras aquí y,
entre los dos, lográramos
poner la poesía en movimiento.
Ojalá fuera capaz de hacer como Goytisolo.
Y conseguir que siempre te acuerdes
de lo que un día yo escribí,
pensando en ti como ahora pienso.
Miss Poessía
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