Inspirado en el texto «Muertos de hambre», del libro Apnea de Rubén Tejerina
Ser un muerto de hambre.
Dedicar cada día a perseguir la belleza, ese tipo de belleza que hace que la fealdad de este mundo duela un poco menos.
Dormir con los sustantivos, pasar horas perfeccionando la búsqueda de ese adjetivo que mejor rime con un sentimiento, chocar con el desengaño de descubrir que a veces ningún verbo puede explicarlo.
Versar a personas a las que nos gustaría besar, convertir en prosa toda la poesía que hay contenida en una caricia, imaginar diálogos deseando que alguna vez puedan traspasar la imaginación y convertirse en mágica realidad.
Sentir el agobio del prejuicio, de las opiniones de los que hablan sin conocimiento de causa. Enfrentarse a los convencionalismos, a la terquedad de quien no acepta el diálogo como medio para conocer otros puntos de vista.
Tener la cabeza llena de sueños y el bolsillo vacío. No poder dedicarse a otra cosa, porque hacerlo sería matarse a sí mismo y vivir sin vida en la sangre.
Creer en la magia de lo ordinario y entregar cada hora a ir detrás de esa magia.
El disparo de un fotógrafo que tiene pasión en la mirada y es capaz de hacerte cambiar tus puntos de vista, que consiga emocionar al mundo entero con la mirada verde y sin filtros de una chica afgana.
Los cálculos de un arquitecto que logre con su técnica crear universos de fantasía, parques de azulejo y ensueño con vistas al mejor skyline de Barcelona.
Los golpes precisos del escultor que es capaz de crear con mármol la figura humana más hermosa de Florencia y hacer que parezca sencillo.
Las pinceladas audaces de un pintor que busca romper el silencio del blanco y crear un cuadro que represente el grito eterno de una población devastada por la crueldad de la Guerra civil española.
Los movimientos minuciosos de una bailarina de ballet de San Petersburgo que hacen pensar que el cuerpo no tiene límites.
El discurso impecable de un actor de teatro que consigue cambiar el pensamiento y los esquemas mentales de los espectadores.
La voz sobrecogedora de una cantante que canta desde su propio sufrimiento y logra hacer surgir cataratas de agua salada en los ojos de quienes la escuchan.
Los versos dolorosos del poeta que escribe desde la verdad que da la vida y que grita desde el silencio del papel que no te salves.
Las frases desgarradoras del novelista que te habla desde el exceso de pasado que lleva a cuestas de heridas, de cicatrices, de una infancia marcada por el alcoholismo de un padre, de la rutina de la calle, de los golpes, de la búsqueda de placer en cuerpos fugaces, de tocar fondo y de buscar ese mismo fondo en vasos de whisky.
La insistencia del periodista que quiere dejar desnuda la injusticia y reflejar la realidad gris que siempre se empeñan en maquillar con tonalidades de rosa.
Si, en esta sociedad en la que nos empeñamos en etiquetarlo todo, le hemos puesto a esas personas mágicas la etiqueta de muertos de hambre, yo también quiero ser una muerta de hambre. Yo también quiero que sea el arte mi único alimento. No me importa que mi estómago esté vacío, si cada día voy llenando un poco más el caudal de mis sueños.
Miss Poessía
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