Si fueras un poema, no serías un soneto.
Tampoco un romance, ni una copla,
ni un haiku, ni una lira.
Quizás serías el epitafio
que vino a escribirse con tinta permanente
sobre mi soledad, el himno que vino
a devolverle el ritmo a mi carcajada,
la prosa poética que me quita las penas
y trae verbenas,
la elegía inusual que hable de felicidad.
Probablemente serías verso libre que vibre,
pues tú no tienes métrica.

Si fueras una canción, no existiría cantante
que se atreviera a buscarte acordes.
Desistirían en el intento
de dar con una melodía que vaya al compás
de tu voz, esa que arrasó con  las penas
con un movimiento veloz.

Si fueras una película, estarías basado
en dolores reales.
Todo el mundo querría comprar entradas
para verte
y las salas oscuras en las que te proyectas
estarían siempre llenas, pero tú sabrías
elegir bien a tus espectadores.
No tendrías director, porque a ti
nadie puede dirigirte.

Sabrías mantenerte al margen
de los finales irreales del cine americano,
miles de actrices acudirían a tu casting,
pero tú elegirías solo a una.
Y qué bendita fortuna que esta vez
me hayas elegido a mí…

Si fueras una ciudad,
tendrías siempre turistas
pero muy pocos habitantes.
Guardarías satisfecho tus ruinas,
pero solamente las mostrarías a unos pocos.

Si fueras un mes, serías septiembre.
Porque guardas el regusto agradable del verano,
pero estás en la antesala de un invierno duro y largo.

Si fueras un día, serías el jueves.
Siempre en medio entre la cobardía
y el desenfreno,
siempre prometiendo fines de semana
inolvidables.

Si fueras una herida, servirías de aprendizaje.
Serías esa cicatriz que mostrar con orgullo
como el recuerdo de la guerra más hermosa
que pudo ser vivida.

Pero no me interesa imaginar lo que serías,
porque yo no te quiero por quién podrías llegar a ser,
sino por quién eres.

Miss Poessía

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