Érase una vez un señor llamado Donald. Y no, no estoy hablando del pato (que disculpe mis ofensas), pues un ave hubiera podido gestionar su país de manera más eficiente. Él se asemejaba más al tío Gilito, por eso de nadar entre dinero, poner intereses a sus actos y calcular la sociedad como si fuera una operación financiera. Era un patito muy feo que jamás llegó a convertirse en cisne.
Este señor decía muchas idioteces y mentiras pero, como cuando mentía no le crecía la nariz, su pueblo creyó sus palabras y las aplaudió. Confiaron tanto en esas palabras que, dormidos por su hechizo, acabaron eligiéndolo presidente de un país muy grande llamado Estados Unidos. Lo que no sabían los habitantes de ese país era que él jamás crearía puentes para unir esos estados y hacerlos más fuertes. No, él prefería levantar paredes que los aislaran para que, separados, pensaran que había muchas más diferencias entre ellos de las que existían verdaderamente.
Su madre era una inmigrante escocesa y sus abuelos paternos eran inmigrantes alemanes. Pero, a pesar de ello, él era la máxima expresión del racismo. Tanto que decidió construir un muro en la frontera con México, uno muy resistente, de ladrillo, de esos que ningún lobo feroz hubiera podido derrumbar por mucho que soplara.
Como este presidente tenía tanto dinero, no sabía qué hacer con él. Era tan feo y tan malvado que no tenía amigos, así que su mayor diversión era gastar el dinero en gestas inútiles. Llegados a este punto, debemos recordar que este personaje tenía cierto parecido con el tío Gilito (que perdone mis ofensas, también). Por eso, al igual que el pato, él también quería utilizar su dinero para crear un imperio. Es por ello que comenzó a construir una serie de propiedades, a diversificarse a clubes y a construir hoteles y casinos.
Pero le quedaba aún mucho dinero, así que comenzó a patrocinar carreras ciclistas y combates de boxeo. Luego compró acciones sobre la Organización Miss Universo, construyó más edificios y casinos y estrenó programas televisivos. Él pensaba que era feliz gastando de ese modo su fortuna, pero lo que no sabía era que, en realidad, era tan pobre que solamente tenía dinero.
Pero es que este hombre tenía, además, complejo de Narciso. Estaba enamorado de su persona y se veía reflejado a sí mismo como un príncipe, por lo que pensaba que las mujeres eran princesas que se acercaban a él atraídas por su belleza y su inteligencia. Lo que ignoraba es que la única causa de ese magnetismo era su dinero, que a ojos de ellas parecía una casa de chocolate y golosinas, pues eran incapaces de ver el horno ardiente que había en el interior y hacia el que avanzaban lentamente. De este modo, Donald consiguió tener tres esposas: Marla, Ivana y Melania. A pesar de que solo una de ellas era estadounidense, Donald seguía siendo racista. Mientras se casaba con una checa y una eslovena, denunciaba e insultaba a los extranjeros. Sí, amigos, tal era su contradictoria forma de actuar. Pero, como hemos dicho al principio de este cuento, el pueblo estaba dormido en un profundo hechizo del que no era capaz de despertar.
Otra característica de este engreído personaje era que no le gustaba nada la prensa. Odiaba a los periodistas porque eran los únicos que intentaban acabar con el hechizo y hacer que le creciera la nariz. La prensa israelí lo había señalado como el peor candidato de la historia y había declarado que carecía de una política coherente en relación al conflicto árabe-israelí. Además, otros periódicos describieron su victoria como un triunfo del antisemitismo. Sin embargo, el poderoso presidente seguía disfrazándose de príncipe y nadie se daba cuenta.
El planeta en el que vivía este hombre estaba cada vez más contaminado y la naturaleza sufría cada vez más daños y deterioros, pero él negaba que tal cosa estuviera sucediendo, pues creía que era una estrategia de los chinos para que el sector manufacturero de Estados Unidos perdiera competitividad.
De este modo, Donald se convirtió en esa bestia que nunca llegó a tener belleza interior, en el patito que no se convirtió en cisne, en ese mago que recibió su reino injustamente porque jamás fue capaz de sacar la espada de Excalibur. Era un flautista que supo hipnotizar a los demás con su melodía, un lobo feroz que acabó devorando a todo el que se le ponía delante.
La moraleja de todo esto, amigos míos, es que todo gran poder conlleva una gran responsabilidad, así que no podemos otorgárselo a quien nunca llegará a ser un héroe.
Miss Poessía
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¡Buena reflexión Julia! ¿En qué nos estamos volviendo? El dinero, como tu bien dices, solo es eso, dinero. ¡Ahora, más que nunca, debemos estar más unidos! ¡No dejemos que nos traten mal!
Debe volver a surgir el pueblo…
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¡Muchísimas gracias, David! 😉 Totalmente de acuerdo, el pueblo es el que elige su porvenir y yo aún sigo preguntándome cómo este personaje pudo ser elegido. Bueno, las elecciones no es que sean del todo justas, pero ya ese es otro tema.
Te agradezco muchísimo tus palabras…
Besos!
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