Qué pasaría

Qué pasaría si nos atreviéramos a desenredar el nudo que oprime nuestra garganta y dijéramos de golpe todo lo que sentimos, sin filtros. Si en vez de aniquilar las mariposas que nos revolotean por dentro las soltáramos, dejando que vuelen. Si miráramos a los ojos a esa persona que ha venido a pasear por nuestros infiernos sin incendiarse y le dijéramos que es ese ángel que ninguna religión será capaz de describir jamás, esa flor que crece en el asfalto. Qué pasaría si hiciéramos una declaración de nuestras sensaciones sin principios ni finales, si nos agarráramos bien fuerte a esos dedos que han conseguido que nuestras vidas vuelvan a rimar tras tantos años asonantes.

Qué pasaría si buscáramos soluciones en el fondo de una estantería, allí donde se esconde la poesía, en lugar de buscarlas en el fondo de vasos vacíos. Si fuéramos en busca de salidas en los mundos que nos ofrecen los libros, en lugar de beber hasta que nuestro propio mundo se desvanezca. Si, en vez de ser adictos a los tragos amargos del whisky, nos tragáramos nuestras penas entre letras. Y no hubiera más dependencia que la de no poder despegarse unas páginas en las que, sin buscarnos, acabamos encontrándonos.

Qué pasaría si para viajar al universo nos bastaran los besos y los versos, si en vez de fumar sustancias que nos destruyan probáramos a fumarnos la vida hasta que nuestras sombras nos rehúyan.

Qué pasaría si, en lugar de mirarnos tanto el ombligo, falleciéramos en el intento de mirar a los demás por dentro, muy adentro bajo la piel, sumergiéndonos tanto en sus profundidades que al final acabáramos por hallar esa perla que todos escondemos. Si tendiéramos la mano al otro sin esperar nada a cambio. Si ayudáramos sin aguardar la recompensa.

Qué pasaría si expandiéramos nuestra visión, si miráramos más allá de nuestro propio sufrimiento. Que los demás también sufren, y que ese sufrimiento no nos afecte directamente no quiere decir que no exista.

Qué pasaría si nos cuestionáramos nuestras propias convicciones, si extirpáramos a nuestros prejuicios el prefijo hasta quedarnos con un juicio que nos permita ver sin los filtros ni las máscaras que «los de arriba» se empeñan en (im)ponernos. Que yo ya no me conformo con lo de más vale malo conocido que bueno por conocer, con lo de más vale pájaro en mano que ciento volando. Yo prefiero el bueno por conocer, el ciento volando.

Qué pasaría si llenáramos el estómago de África para que por fin tenga el corazón contento, si en lugar de juzgar a las personas por el color que tiñe su piel las juzgáramos por el color con el que son capaces de teñir los rincones más grises de nuestras almas.

Qué pasaría si, en vez de desgastar rueda, desgastáramos nuestros zapatos de tanto correr en busca de la honradez. Si no hubiera más desechos ni contaminación, sino almas limpias y puras que no estén llenas de basura.

Qué pasaría si los monopolios eléctricos y los gobiernos corruptos no fueran los que deciden quién muere de frío. Si con la electricidad de nuestra revolución fuéramos capaces de electrocutar todas esas inmoralidades.

Qué pasaría si todo el mundo pudiera tener acceso a agua potable, si la única sed que existiese en el mundo fuera la de aprendizaje y superación.

Qué pasaría si dejáramos de utilizar «musulmán» y «terrorista» como sinónimos, si fuéramos capaces de amar a cualquier persona sin tener en cuenta el nombre que le da a aquello en lo que cree.

Qué pasaría si buscáramos profecías, no profetas.

Qué pasaría si dejáramos de ver a las personas como peones de un tablero de ajedrez en el que de tanto jaque mate nos estamos quedando sin fichas. Que ya hasta nos hemos olvidado de por qué empezamos la guerra, que no hay ningún motivo que justifique tantas vidas de menos y tanta crueldad de más.

Qué pasaría si por fin diéramos refugio a los refugiados, si los miráramos a los ojos y les abriéramos los brazos en lugar de mirar para otro lado y cerrarles las puertas. Qué pasaría si pudiéramos conseguir que la palabra «hogar» recuperara su sentido, si los emigrantes pudieran dejar de huir de sus propias raíces porque cada vez que sus troncos empiezan a crecer los amputan sin ninguna compasión.

Qué pasaría si respetáramos a la gente que ama más allá de sexos, color de piel, credos, religiones y culturas.

Somos seres humanos, pero nos estamos olvidando de ser.

Somos seres humanos, pero, ¿dónde está la humanidad?

Miss Poessía

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Escrito por

Julia. Canarias, 25 febreros. Graduada en Estudios Francófonos Aplicados. Soy una mortal más que intenta descifrarse a través de las palabras y que escribe para saber lo que siente.

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