No estabas en mis planes.

Pero llegaste.

Te vi arrebatarles a mis lágrimas la sal
y crear con ellas un desierto más grande
que el de Uyuni.

Luego desterraste allí a las personas insípidas
que tanto rondaban últimamente por mi vida
y todo se volvió más dulce, más soportable.

Te vi abrazar mis imperfecciones
y ponerlas a bailar al son de tu risa
hasta que no pudieron aguantarse en pie.

Te vi contradecir a Neruda en eso de
«me gustas cuando callas porque estás como ausente»
porque tú siempre preferías que estuviéramos bien presentes,
ardiendo,
rompiendo en un gemido la barrera del sonido.

Tomamos la luna juntos aquella noche,
inventando los versos más hermosos.

Y darle la razón a Bécquer
cuando clavaste en mi pupila tu pupila
color nomeolvides,
enseñándome que hay cosas que la poesía
jamás será capaz de describir.

Te vi desbordarte como el Arno en el 66
y luego renacer,
compitiendo con Florencia para ver quién era más bello.

Debo decirte, amor, que aún no lo sé.
No he averiguado a estas alturas
si me cautivó más aquel atardecer otoñal
desde el Piazzale Michelangelo
o el amanecer de tus pestañas
repletas de primaveras.

Y ahora me veo a mí misma
en los versos de Cernuda,
pues «libertad no conozco
sino la libertad de estar preso
en alguien cuyo nombre no puedo oír
sin escalofrío».

Y qué libre me siento
siendo prisionera de tu boca,
qué agradable la libertad
de que me encierres
en el hueco de tus hoyuelos
y te cierres en banda
a un camino que no sea a mi lado.

Quiero que nos abrasemos
hasta volvernos ceniza,
polvo enamorado.

Quiero hacer contigo
todo lo que los poetas aún no han escrito.

Miss Poessía

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