Me di cuenta de que me estaba enamorando de ti cuando dejé de ser la chica que tenía el pasado pintado en sus ojeras. Trajiste lienzos en blanco y pinturas del color de tu intensa mirada café y por fin me atreví a pintar contigo el presente sin mirar atrás. Me gustaba tanto fantasear con la ilusa idea de que podía ser tu musa… Me gustaba tanto imaginar las coordenadas que me llevaban a tu vida, aunque estuviéramos a años luz… Me gustabas tanto.

Ya ha pasado más de un año y jamás sabré si alguna vez formé parte de tu época dorada. No sabré si llegué a ser tu musa, aunque la inspiración te durara unos minutos, o si en tu época oscura yo pude darte algo de luz. No sé si pudimos ser algo más que barcos a la deriva que eran arrastrados por corrientes distintas, tú hacia un Atlántico de miedos, yo hacia un Mediterráneo de cobardías. Amor, estábamos tan cerca…

Había dos metros de orgullo entre tus brazos y mi espalda, cinco centímetros de pánico entre tus labios y los míos. Fuiste siempre diciembre y yo enero, tan cerca y tan lejos… Y, sin embargo, nunca hubo contacto. Nunca llegó esa fusión que podría habernos convertido en los adolescentes más felices de esta isla.

Hoy te vi otra vez a lo lejos. Nosotros siempre estamos lejos, jamás rompemos las barreras de distancia. Estabas tan precioso…

Te hice un leve gesto con la mano, la única reacción que pudo tener mi organismo en ese instante en el que se agolparon los recuerdos. Tú me respondiste con el mismo gesto, susurrando un «Hola, Julia». Siempre me ganabas cuando decías mi nombre, porque lo decías como lanzando una bala en el momento preciso, disparando todas las veces a matar.

Sí, me mataste, pero fue una muerte tan hermosa… Te convertiste en mi asesino favorito.

Me hubiera gustado rasgar la distancia y guiar mis pasos hacia ti. Decirte que acababa de salir de mi examen oral de francés, pero que tú ya no eres mi pareja de diálogo. Ni de diálogo, ni de presente, ni de nada. Ya no eres mi pareja de dolor, de utopía, de enamoramiento. Ahora eres solo ese chico que podría haber hecho de mi vida un cuadro más fascinante que los de Monet o Sorolla, pero que acabó siendo el joven al que venció Goliat y trajo de nuevo escalas de grises. Lo siento mucho, amor…

Lo siento por nosotros, porque fuimos una bella promesa que se rompió al mirar atrás. Pero la vida me ha enseñado que, si todo lo que hay detrás se derrumba, solo queda coger impulso y mirar hacia adelante. Tal vez me arrepienta durante toda mi puñetera existencia, pero es un riesgo que he de tomar.

Ahora a ese riesgo le he puesto el nombre de A. No tiene soles escondidos en los mechones, como tú, pero tiene la noche pintada en cada uno de sus rizos y eso me gusta.

No tiene tu mirar café, pero la alegría de sus ojos oscuros, más allá de sus pestañas kilométricas, es tan palpable que soy feliz sólo con mirarlo. Su piel es pálida, no guarda dentro veranos infinitos, pero la veo como un lienzo en blanco esperando a ser coloreado sin importar que sea efímero. No sonríe con tus gestos de principito misterioso, pero si me quedo en su sonrisa la vida no parece tan desesperante. Sí, eres un poco más alto que él, pero esos centímetros de cobardía fueron los que siempre separaron nuestros cuerpos.

Por eso me gusta, porque se viste de Benedetti y su boca parece gritar rebeldía. Porque, si tus miedos te partieron el corazón en incertidumbres y nunca te decidiste a convertirme en cuadro, su corazón está partido en certezas y sé que me convertirá en poesía. Seremos el soneto más hermoso de la ciudad: breve, pero intenso.

Ya no me importa si soy eterna o efímera, no quiero medir en tiempo mi felicidad. Solo me interesa huir de la tristeza, alejarme a ciento veinte por hora en dirección contraria a las heridas que dejaste en mí.

Y que, cuando me agarre bien fuerte a sus sueños y pisemos el acelerador rumbo al paraíso, tu imagen no se convierta en promesa al mirar por el retrovisor de mis cicatrices.

Te quiero, pero me voy. No huyo, solo estoy volando.

Miss Poessía

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