15/07/2016
Dicen que somos la generación perdida. Y, en cierto modo, así es. Hemos perdido de vista muchas cosas con la ilusa idea de que, de esa manera, podíamos encontrar otras mejores. Nos hemos ido por las ramas y hemos perdido las raíces por estar demasiado ocupados en el tronco.
Perdimos la autenticidad. Maquillamos nuestros rostros y nuestras almas hasta convertirnos en un hermoso maniquí, bello, pero sin nada que ofrecer. Como un lugar sin historia que visitas y te resulta agradable, pero al que sabes que no regresarías jamás porque te dejó vacío de sentimientos. Somos la generación superficial. Somos expertos en ponernos máscaras, en escondernos siempre detrás del valor por no ser nunca lo suficientemente valientes para decir las cosas de golpe y de frente. Somos expertos del maquillaje, de los efectos, del contouring, del delineado, del postureo. Expertos en escondernos tanto física y sentimentalmente que nos hemos vuelto inaccesibles incluso a nosotros mismos. Y así, si un día se nos ocurre mirarnos por dentro, nos daremos cuenta de que nos hemos convertido en una bonita fachada que es la antesala de nuestras ruinas interiores. Una persona de buen ver y mal oír.
Perdimos la autoestima y la autoconfianza. Dejamos de lado la búsqueda de la felicidad en el camino de la búsqueda de aprobación. Y ahora nuestra felicidad se mide en el número de «me gusta» que tengamos, nuestro ego crece de manera directamente proporcional al número de seguidores y nos llenan más los comentarios que las conversaciones. Si no tenemos cientos de amigos nos sentimos fuera del grupo, fuera de lo establecido, parece que no formamos parte de esa ilusión que es sentirse aceptado. Sin darnos cuenta de que la verdadera aceptación es mirarse a uno mismo y estar contento con lo que se ve, dejar de arruinarnos el presente con personas falsas que jamás nos brindarán un buen futuro. Ojalá un botón de «das pena» para toda esa gente que busca la alegría más allá de su propia piel…
Perdimos todos nuestros carpe diem. Ya no somos capaces de vivir el momento presente. Si estamos en la playa, nos ponemos a pensar en la envidia que daríamos si subiéramos una foto de la arena, el sol y el mojito de rigor. Si estamos en un restaurante, lo primero que hacemos cuando nos traen la comida es hacer decenas de fotos artísticas a nuestro plato. Si estamos tomando un café con unos amigos, parece que no podemos salir del bar sin unas cuantas selfies que luego colgaremos en las redes acompañadas de frases intensas sobre la vida. Y yo no sé tú, pero yo ya estoy harta del postureo. Prefiero disfrutar del mar y del mojito, comer sin hacer fotos de la comida, saborear un buen café y una buena conversación sin que quede más recuerdo que la memoria. No sé, llámame simple, pero creo que una foto jamás hará justicia a esas sensaciones que inundan el alma hasta hacerla estallar en mil alegrías. Parece que, si no lo compartimos, no lo hemos vivido. Y no. A mí ya no me vale.
Perdimos el tiempo. Somos esa generación a la que siempre le falta tiempo para lo urgente, pero que nunca presta atención a lo importante. Nos gustaría echarle arena a los relojes y un pulso a las manecillas. Hace poco leí una frase de Galeano que dice: «Qué raros son los civilizados. Todos tienen relojes y ninguno tiene tiempo». Y es cierto. No es que no tengamos tiempo, todos tenemos el mismo, es que aún no hemos aprendido a cogerle de la mano, invitarlo a pasear por nuestra vida y no dejarlo escapar.
Perdimos la capacidad de hacer una sola cosa a la vez. Ahora, con el multitasking, todos somos héroes que creen que pueden salvar el mundo haciendo veinte cosas a la vez. Y al final, es cierto eso de que «quien mucho abarca poco aprieta». Intentamos aprovechar el tiempo al máximo y al final, por hacer demasiadas cosas a la vez, corremos el riesgo de no hacer ninguna bien. Escuchamos música mientras leemos, respondemos mensajes mientras hablamos con los demás, desayunamos mientras revisamos el Facebook… El problema es que estamos inmersos en un mundo de velocidad e inmediatez y, tal vez, hemos perdido la paciencia. Así que si vas a leer, lee. Si hablas con alguien, habla. Si desayunas, desayuna. Ya sabemos que eso de mezclar nunca ha ido muy bien…
Perdimos la curiosidad, las ganas de aprender. Vivimos tan absortos en nuestros mundos virtuales que hemos olvidado las cosas que hacen más soportable el mundo real: un buen libro, un poema de esos que saben llegar hasta el alma, una canción que logra poner de nuevo en movimiento tus recuerdos… Ahora es difícil encontrar un amor a primera risa, tener un flechazo intelectual. Cuesta hallar, en este maldito rebaño de ovejas, esa bendita oveja negra que hable de todo contigo hasta la madrugada con unas cervezas de por medio, que haga caer de golpe todos tus principios y te haga replantearte quién eres.
Perdimos las ganas de amar. Ya no nos comprometemos, no buscamos amores a fuego lento, sólo pieles de incendio en las que arder. Y así nos hemos quedado, reducidos a cenizas, sin saber aún si hay esperanzas de renacer como un fénix. Buscamos fuego, velocidad, amores rápidos de una noche, cuerpos de deseo que al día siguiente nos muestran el rostro del arrepentimiento. Quizás lo que necesitamos es calor en vez de fuego, reducir un poco las marchas, amores a fuego lento con los que queramos pasar mil y una noches y con los que sintamos, al despertar, que la vida nos mira a los ojos para decirnos que somos afortunados.
Vivimos en una generación en la que todos creemos que somos populares y tenemos muchos amigos, pero solamente en los momentos en los que necesitamos a alguien que nos sujete nos damos cuenta de que muy pocos realmente lo harían, el resto está esperando para tirarte al precipicio. Hacemos creer a los demás que nuestra vida es una peli americana de esas que siempre tienen final feliz, que despertamos cada día en Disney, que somos felices y comemos perdices.
Pero, a pesar de todo, yo no creo que seamos la generación perdida. Simplemente hemos perdido el camino, hemos olvidado vivir intensamente, cómo disfrutábamos antes. Lo único que nos hace falta es encontrar de nuevo todo eso, «cambiarlo todo para que nada cambie».
Tenemos que encontrarnos.
Bueeno, eso es todo, queridos poetas. Si has llegado hasta aquí, te felicito, porque la verdad es que el post de hoy se ha alargado bastante… Ya sabes, puedes criticarme constructiva o destructivamente o decirme cualquier cosa que pase por tu cabecita pensante porque esa opinión es la que más me interesa. ¿Y tú? ¿Qué visión tienes de nuestra generación?
¡Un abrazo! ♥
Miss Poessía
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Hola miss poessia, muy buenas noches,
excelente entrada,
es así, como tú dices, en pocas palabras encontrar el camino,
luego de eso, recuperarás todo aquello por lo que movilizarse… y nada de no amar eh =)
Me quedó esto de «la generación superficial»
pues viendo o leyendo hay mucho de esto hoy en día aunque gracias a Dios no son la mayoría.
Como no es posible, te invito a ser parte de mi generación,
por cierto quisierá saber como le llaman a la generación de tus padres, para sentirme identificado,
es que q mi ya no me entran velitas en el pastel =)
un fuerte abrazo
bonita semana
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¡Hola, Ariel!
Muuuchas gracias, de verdad, no sabes lo feliz que me he puesto al leer que te ha gustado la entrada. Sí, creo que es eso lo fundamental, encontrar el camino. Coincido contigo en que los superficiales de esta generación no son la mayoría, menos mal que aún queda gente auténtica… Y respecto a lo de mis padres, la verdad es que no sé cómo llaman a su generación jeje, tendré que preguntarles. Me ha hecho gracia lo del pastel, seguro que exageras y todavía te queda un montón de hueco…
Es un honor y un placer tenerte por aquí, te agradezco mucho el apoyo que siempre me das.
Espero que seas muy feliz y que tú también pases una bonita semana.
¡Un abrazo! =)
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Vaya, has relatado a la perfección todos los pensamientos que me rondan la cabeza. Los amores a fuego lento…esa parte me ha enamorado completamente.
¡Un abrazo!
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¡Muchísimas gracias, Cristian! Me alegro mucho de que te haya gustado la entrada y te agradezco que te hayas pasado y hayas empleado tu valioso tiempo en leerme, en serio, es un placer.
¡Un abrazo fuerte!
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¡Hola Julia!
Sabias palabras. Me gusta la forma en que escribes.
¡Sigue pa’ elante con tu sitio! 😀
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¡Muchísimas gracias, Felipe, en serio!
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wow de verdad me encanta cómo escribes, cada vez que escucho que dicen que somos la generación perdida mando a esa gente a lavarse el c#%o mentalmente porque si bien no soy de postureo, seguidores y tengo amigos que todavía prefieren verme en persona, defiendo a los «expertos en redes sociales» ya que todo el avance tecnológico no cayó del cielo y algo habremos heredado de la generación pasada, además del tono despectivo que usan como si ellos nunca cometieron un error… que a veces han sido horrores. Lo más importante es tolerarnos, respetarnos mutuamente y dar amor aunque sea en un pequeño gesto a todos los que podamos. A SER FELICES…besos ❤
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¡Hola, katita preciosa! 🙂
Es un placer verte por este blog. Muchísimas gracias por haberte pasado, por emplear tu valioso tiempo en leerme y por motivarme tanto con tus comentarios. La verdad es que siempre has sido una gran lectora, tanto en el antiguo blog como en este. Y no sabes cuánto te lo agradezco…
Me encanta que mi entrada te haya gustado y te haya hecho reflexionar y coincido plenamente con tu opinión, lo importante es el respeto mutuo y los pequeños gestos que hacen de esta vida un lugar más soportable…
Muchos besos, guapa.❤
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… nobles palabras porque nobles son los sentimientos de que provienen; este XXI, joven escritora, es giro y cambio permanente y debes saberlo, pues te será útil ese conocimiento; posees madera de calidad para tus años; sigue y no te despeñes; el tiempo, en realidad, no existe, pero aquello que parece serlo, nos es de una utiilidad última e incalculable; Saludos, amiga.
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Gracias, gracias y más gracias, Orión. Es un placer y un honor para mí que me dejes estas bellas palabras de ánimo y que dediques tu valioso tiempo a leerme.
Saludos, amigo 😉
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